miércoles, 17 de junio de 2009

José Blanco


José Blanco, el ahora ministro de Fomento, es un tipo bastante inquietante. No es gracioso, pero no puedes evitar reírte con él. No tiene aspecto de tipo listo, pero responde con agilidad a las preguntas que le plantean. Su semblante, al menos a primera vista, es el de una buena persona, pero a la que te despistas deja suelto al killer que lleva dentro. Uno le presupone astucia para conspirar, pero no puede dejar de imaginárselo objeto de burla en el colegio. El gafotas, el narizón, etc. Camina como un robot desmadejado, pero siempre llega adonde quiere llegar, sin aparente prisa. No destaca en nada, pero acojona a todos, incluidos los de su partido. Es la antítesis de lo sensual, pero no se corta a la hora de flirtear con Esperanza Aguirre en público. No tiene el don de la palabra, cosa que no le impidió ser portavoz del Gobierno. Es inaprensible, escurridizo, fácil de odiar pero también (y esto en política resulta útil) de olvidar. De escribir sus memorias (seguramente anodinas) yo las quiero leer. Su infancia en Lugo, sus estudios inacabados de derecho en la universidad de Santiago de Compostela, su posterior traslado a Madrid. Leo en su blog lo siguiente: “A estas alturas tengo mis ambiciones colmadas y la vanidad satisfecha”. Algo más adelante: “Muchos me reconocen y me conocen muy pocos”. Menos de los que imaginamos. Ya digo, un tipo inquietante. Alguien sin mucha vida interior pero capaz de recluirse y aguardar agazapado su momento. De no haberse dedicado a la política, su profesión ideal sería la de inspector de policía o entrenador de fútbol.

UH, 16/06/09