sábado, 7 de febrero de 2009

Una nubecilla, de James Joyce*


Leído el cuento Una nubecilla, de James Joyce. No he podido dejar de apreciar cierta semejanza entre el protagonista, Chico Chandler, y yo. Chico lleva una vida ordenada, sencilla. Está casado con Annie, con la que tiene un hijo. ¿Por qué tendría que necesitar más? Pero Chico fantasea con otro tipo de vida, una vida más mundana, llena de viajes, con tiempo para leer y, sobre todo, tiempo para escribir. Antes de casarse leía y escribía regularmente. Pero maduró, se hizo hombre, padre de familia. El encuentro con su antiguo amigo, Ignatius Gallaher, al que hacía ocho años que no veía, revuelve estos sentimientos de Chico, los coloca a flor de piel. Ignatius se fue de la cárcel que es el Dublín de principios del siglo pasado. Se fue y triunfó en el mundo del periodismo. Vivió en diferentes ciudades, ¡vio mundo! Chico ha puesto unas expectativas desmesuradas en este encuentro, piensa que quizá Ignatius sea la puerta a ese mundo que merece tanto o más que su amigo, pues se considera más capaz que éste. Pero Joyce no tiene piedad. De hecho, Dublineses es un auténtico canto a la desesperanza. No hay dramas, ciertamente, pero tampoco hay resquicio a la esperanza. El final del cuento es demoledor. Chico está sentado en el cuarto del pasillo, con su hijo en brazos. Annie ha salido a comprar un cuarto de libra de té y dos libras de azúcar. Sobre la mesa hay una foto de Annie, de cuando iniciaron su relación. Chico se entretiene mirando la foto. Los ojos son hermosos, al igual que la cara. Pero hay algo mezquino en ella. La compostura de aquellos ojos lo irrita. No hay pasión en ellos, ni arrebato. Son los ojos fríos de alguien que está muerto y que lo quiere arrastrar consigo. ¿Por qué tuvo que casarse con aquellos ojos? En este punto, Chico ha sido capaz de expresar en voz alta la gran duda que lo tiene atenazado. Mira a su alrededor. Todos los muebles de la casa se parecen a Annie. De pronto se despierta en él un sordo resentimiento contra la vida y se hace la gran pregunta que todos nos hemos formulado alguna vez: ¿Es demasiado tarde para escapar? Quizá, piensa ingenuamente, si consiguiera publicar un libro... Esto le lleva al recuerdo de la poesía. Sobre la mesa hay un volumen con los poemas de Byron. Con cuidado de no despertar al niño, lo abre y empieza a leer. La lectura le lleva a la ensoñación. Se pregunta si él sería capaz de hacer algo parecido. A todas luces, la poesía le hace bien, pero aquí Joyce muestra su tremenda crueldad. El niño se despierta y empieza a llorar. Chico intenta calmarlo, pero sin dejar de leer. Se resiste a abandonar la lectura, pero resulta inútil. Los gritos del niño van en aumento, se convierten en algo ultrajante, son la sirena de la cárcel que indica que alguien está intentando escapar. Chico lo ve claro y se pone más nervioso. Se inclina sobre la cara del niño y hace algo inimaginable en él. Le grita que se calle con toda su rabia acumulada. Lógicamente esto no hace más que empeorar la situación. El niño llora con más fuerza. Chico intenta calmarlo, pero la cosa cada vez se pone más fea. Chico empieza a alarmarse. Al niño le cuesta respirar. ¿Y si muriera? Esta pregunta es crucial. Chico se la hace, pero lo que no sabemos es si en la muerte de su hijo ve algo positivo (el fin de su condena, de su encarcelamiento, el pasaporte a la libertad, a la vida que siempre deseó vivir) o, por el contrario, ve algo negativo (la muerte sin más del hijo, el resentimiento del resto de la comunidad, la culpa, el pecado imperdonable, condenatorio). Entonces llega Annie. Al ver la escena, tira al suelo la compra y rescata al niño de los brazos del padre. ¿Qué le has hecho?, pregunta a Chico dando por supuesto que ha hecho algo al niño. Por un momento, Chico sostiene la mirada de su mujer y el corazón se le encoge al ver todo el odio que hay en sus ojos. Cuando el niño empieza a calmarse, lágrimas de culpabilidad brotan de los ojos de Chico Chandler. Fin del sueño. Cadena perpetua.
Palma podría ser ese Dublín y yo, Chico Chandler esperando escribir esa gran obra que me permita dejar todo esto...
Para terminar por hoy diré que todo Ignatius Gallaher necesita de un Chico Chandler para sentirse realizado, ya que es en los ojos del que se queda donde realmente triunfa el que se marcha. Sin la admiración o envidia de éste, la aventura del otro queda vacía.
*(Fragmento del libro inédito La marea, de Javier Cánaves)