
Samanta Schweblin hace trampas y no
se preocupa mucho en disimularlas. La gracia de sus cuentos estriba
precisamente en esas trampas.
La técnica es sencilla. Schweblin convierte una situación
en un cuento. Esta transformación la consigue gracias a “la trampa”. Pensemos
en el cuento «En la estepa».
Situación: una pareja que quiere
tener hijos. Recurren a todos los métodos conocidos. Lo desean con mucha fuerza
y están dispuestos a cualquier cosa. El cuento podría hablar de la relación de
esta pareja, de la alteración de sus estados de ánimos (de la ilusión a la
desesperanza, etc.), de las personas a las que recurren, de las conversaciones
con amigos en situaciones similares, etc. Ahí todavía no tenemos un cuento,
tenemos una situación. Bien. Lo que hace Schweblin es sencillo: sustituye la
palabra “hijo” por la palabra “criatura” y deja que esta nueva palabra
“impregne” el relato. Si en vez de buscar un hijo buscan una criatura, ya
tenemos el cuento (y el cuento es otro, o sea, se ha transformado). Pero no
debemos olvidarnos de la idea inicial. De ahí los tratamientos de fertilidad y
todas esas cosas “raras” que las personas
llegan a probar con la esperanza de quedarse embarazadas…
Por otro lado, comprobemos lo
clásico que es el cuento en su estructura:
- Planteamiento: presentación
de los personajes y situación actual
- Punto de giro: encuentro de
Pol con los que sí lo consiguieron
- Nudo: la escena de la cena
en casa de los afortunados
- Punto de giro: Pol decide
entrar en el cuarto donde guardan a la criatura
- Clímax: el encuentro de Pol
con la criatura (nos lo obvia, solo nos entrega las consecuencias de ese
encuentro).
- Desenlace: la huida de los
protagonistas.
¿Ha cambiado algo en ellos? Diría
que sí, sobre todo en Pol, al que parece no importarle atropellar a una de esas
criaturas si se cruza en su camino…
Lo que decía: sencillo y efectivo.
Eso sí, está claro que existen mil
maneras diferentes para escribir un buen cuento. Esta es sólo una de ellas.