martes, 15 de octubre de 2013

Yo, Kwai Chang Caine

Es joven. Quiere comerse la literatura a bocados. Ignora que ya hace mucho la literatura fue digerida, que nos hallamos en pleno proceso de evacuación. Ya no pueden iniciarse las novelas como aquella de Henry Miller: los escupitajos a la cara del Arte y las patadas en el culo de Dios producen gracia, tal vez ternura. Se enfada conmigo. Entonces quiere saber qué y para qué escribo. “Escribo mi vida”, le digo. “De este modo deja de ser mi vida y, por consiguiente, se convierte en algo más interesante que mi vida, de por sí bastante insustancial”. Pero no le convencen mis palabras. Las considera tristes y desalentadoras. Me alegra comprobar que no perdí mi viejo don: di en el blanco. Proseguimos la charla. “Te aconsejan que sigas una línea, la que sea. Lo llaman coherencia. Tengo mis dudas”. Mi dudoso saber reducido a unas pocas frases, ideales para eslóganes en camisetas. Ahora hablamos de cantidad. Dice que le horroriza la idea de escribir por escribir; sólo escribirá cuando tenga algo verdaderamente importante que decir. Me lo pone a huevo: “La mayor parte del tiempo, escribimos por escribir. Sólo en contadas ocasiones tenemos algo verdaderamente importante que decir. Generalmente, eso que creemos importante, que necesitamos decir a toda costa, carece de importancia para los demás”. Y concluyo: “Escribe mucho, publica lo que puedas; llegado el caso, serán los lectores quienes decidan qué tres o cuatro poemas de todos los que escribiste merecen durar un poco más. ¿Para qué ponérselo fácil?”.

ULTIMA HORA, 15/10/13