martes, 12 de noviembre de 2013

El efecto L'Oréal de la lectura

Pienso en aquello que, asesorado o inspirado o embrujado por Félix de Azúa y Ricardo Piglia, escribió Enrique Vila-Matas: que leer rejuvenece, que uno de los mejores métodos para no envejecer es leer como si la vida nos fuera en ello. Pero no basta con leer. Si bastara con leer, resultaría demasiado fácil, hoy todos seríamos clones de Edward Cullen o Bella Swan, jóvenes pálidos sin mancha ni sustancia. A la lectura, Enrique Vila-Matas, asesorado o inspirado o embrujado por Roberto Bolaño y Juan Rulfo, le añade otro componente: la inquietud. Toda lectura, para que produzca el ansiado efecto L'Oréal, Helena Rubinstein o Estee Lauder, debe estar sazonada con los polvos mágicos de la inquietud permanente, como si en cualquier momento el autor o algunos de sus personajes pudieran saltar de la página y apretar nuestro cuello con vehemencia. ¿Nunca les sucedió? En mi cuello llevo impresas las huellas dactilares de tipos que se llaman Frank Bascombe, Daniel Quinn, Díaz Frey o Arturo Belano, por citar sólo a algunos de los propietarios de esas huellas que adornan mi cuello como medallas al valor o vidas paralelas que se confunden con la mía hasta acabar siendo la misma cosa. ¿Y por qué contaba todo esto? Como tantas otras veces, empecé a escribir sin tener muy claro qué quería decir, guiado por una suerte de destello, por esa loca voz interior que nunca supo estarse calladita. Que siga así. A ella le debo lo poco salvable de mi escritura, y perdón por este dramatismo sobrevenido, un tanto patético. 

ULTIMA HORA, 12/11/13