martes, 10 de diciembre de 2013

Amor por los libros (reaccionarios de nuevo cuño)


Todos vimos Terminator, la obra maestra de James Cameron. Lo que sucede es que muchos se quedaron en la superficie, es decir, en las persecuciones y los viajes en el tiempo. Terminator es una película realista, una metáfora cabal de los tiempos que corren. Como su hermana Matrix, esa otra obra maestra de los hermanos Wachowski –que en 1999 inauguraba el siglo XXI–, radiografía con precisión el túnel por el que andamos. Se trata de un túnel repleto de imágenes estereotipadas y paradisiacas. Lo que sucede es que nuestros amigos dejaron de ser humanos y empezaron a revolverse en nuestra contra. Eso sí, no esperes robots corpulentos ni tipos con gafas y gabardinas negras; el aniquilamiento del homo sapiens lo perpetraremos nosotros mismos, tal es la sutileza con que se perfila la catástrofe. Tampoco esperes grandes masacres; el amontonamiento de cuerpos quemados y mutilados resulta contraproducente. Lo iremos contando algunos poco a poco, como si fuera un chiste. Tal modo de proceder será nuestra triste manera de combatir lo ineludible. Lo haremos, como sucede en Terminator y Matrix, utilizando las armas de destrucción masiva que pusieron a nuestro alcance. Nos llamarán reaccionarios y festejaremos el sustantivo como si de una medalla al valor se tratara. Nuestros gestos serán banales y poéticos (ridículos, dirán engrosando tontamente el pleonasmo), como seguir siéndole fieles a los libros en papel o, una vez al año, desconectar nuestro iPad durante todo un día. Un rito imbécil pero necesario, que diría Onetti. 

 La anterior parrafada se la solté el otro día a una amiga que me preguntaba por la idoneidad o no de regalarle a su hija de siete años un iPod Touch. Nos pusimos estupendos y la conversación derivó a filosofía de barra, en este caso, de break en la oficina. Poco a poco, llevé la charla al terreno que más me interesaba, el de los libros. Acabé escupiendo sentencias como un mono. Si me das pie, te arruino la tarde. 

 Si lo puedes tener todo, decía, todo se vuelve nada. El esfuerzo con que se consigue algo vuelve ese algo importante, ayuda a que lo valoremos. Los ritos son necesarios, la sacralización de determinados gestos: rastrear libros que nunca encontrarás en grandes superficies, el paseo a la librería o biblioteca de turno. Algunos libros deben ser inencontrables, claro que sí. Sin magia todo es ciencia, estadística; todo pude predecirse. 

 Sin el elemento ritual, se pierde vinculación sentimental, es decir, se erosiona la relación; se banaliza. 

 En la inercia del discurso, me radicalizo y acabo babeando como un perro rabioso. Efectos del exceso de café y la falta de práctica. En tales casos, lo mejor que puede hacerse conmigo es dejarme ladrar, asentir y olvidar los ladridos. 

 Ladridos aparte, a estas alturas queda claro que amo los libros. Cuando escribo esto no pienso en incunables, en primeras ediciones, en libros raros o libros-objeto. Los libros-objeto, por lo general, me parecen una solemne tontería. A veces, estando en casa, me planto frente a la librería y los miro. Es difícil explicar la sensación que me embarga. Soy consciente de estar contemplando una parte importante de mi vida. Son como viejos amigos con los que viajé, con los que siempre estaré en deuda. Su presencia en casa atestigua ese viaje, esa relación sentimental. Como sucede con el amor entre las personas, la presencia del otro resulta necesaria. A estas alturas, prescindir de alguno de nuestros sentidos se me antoja una temeridad.

 Cuando digo que amo los libros estoy pensando en libros comunes, tanto de tapa dura como de tapa blanda, ediciones normales o de bolsillo. No importa que con el tiempo las hojas se vayan desprendiendo, que acaben con manchas de tomate o café, con subrayados a boli o marcador fluorescente. Vivir mancha y me gustan los libros con biografía a cuestas, libros que hablan de la persona que los leyó. Por el contrario, no puedo evitar asociar la pantalla a trabajo, a utilidades prácticas (como comprar billetes de avión, reservar hoteles, etc.) y a ocio en el sentido más banal del término (lo que hace mi hija mayor con mi móvil cuando me lo roba). 

 Un mundo sin libros físicos a la fuerza ha de ser un mundo peor. Ya sé que sólo es un soporte, que lo importante es el contenido, pero, a estas alturas, explicar el peligro que implica el hecho de restar valor al envoltorio de las cosas me parece innecesario (y sospechoso). 

 Con esto no pretendo entrar en ninguna guerra. ¿Una guerra? Me leo y me doy risa. Si vuelvo a leerme, la risa se transforma en grima. Es lo que tiene haber dejado de babear. Este tipo de disputas me resultan cansinas. Mi espíritu siempre ha sido integrador y pasota. Tecleo porque no puedo estar sin escupir frases. Por otro lado, tampoco me cierro en banda a nada. Simplemente quería transmitir mi amor por los libros. Uno, que se hace mayor. 

 A mi amiga, al final, le dije que no se rompiera la cabeza, que le comprara el iPod Touch a su hija, que lo importante es controlar el uso que se hace de, que no puede aislarse del entorno en que, etc.