viernes, 20 de diciembre de 2013

Etc.

Fabián Casas lo llama la voz extraña. Mario Levrero habla de un fluir, de un ritmo, de una forma aparentemente vacía que hay que ir rellenando. André Gorz explica que hay que ausentarse del mundo para después transformarlo. Jorge Luis Borges no tiene reparos en llamarlo destino o fatalidad. Francisco Casavella pone el acento en la palabra invención; Enrique Lázaro, en los detalles invisibles. Thomas Bernhard lo centra en lo desagradable que hay en el mundo. John Cheever vuelve a la penosa búsqueda del yo. Witold Gombrowicz lo apuesta todo a la palabra salvación, y en esto se parece a Roberto Bolaño. Enrique Vila-Matas se empecina en la incertidumbre. Joan Margarit se queda con el amor. Albert Camus explica que si sólo bastara con el amor resultaría demasiado fácil; además, añade a la ecuación la tensión existente entre lo claro y lo que no lo es. Idea Vilariño, con Marguerite Duras, insiste en la soledad y el ensimismamiento. Más científico o aristotélico, Joseph Joubert lo somete a equilibrio entre lo natural y lo adquirido. Marcel Duchamp se llena la boca con la palabra euforia. Azorín remarca el término ilusión. Por el contrario, Antonin Artaud se queda con la porquería. César Aira propone un acuerdo entre improvisación e inteligencia. Mauricio Wiesenthal se inclina por el corazón humano, etc.