martes, 15 de julio de 2014

Crónica mundialista (y 5)

Escribo en el porche delantero de una casita sin conexión a Internet de Sa Ràpita. Hoy es el día después de la gran final. El reloj marca las ocho y media. Ya he leído, desde el teléfono, por encima, la prensa deportiva del país. Ya he visto desfilar a los corredores matutinos mientras sorbía un café con leche. Los pájaros pían mientras me dispongo a escribir sobre fútbol. El entorno paradisiaco no invita, pero toca hacer el esfuerzo. Empezaremos por lo obvio. En el Mundial más goleador de los últimos tiempos, se ha roto lo que vine a llamar la lógica mundialista; un europeo ganó en América. Me ha llamado la atención el apoyo masivo que desde España ha recibido la selección germana. Si fuera ingenuo, diría que se debe a que los alemanes son dignos herederos del estilo español; si fuera malicioso, rebatiría tal conclusión recordando el desprecio que la antes llamada Roja suscitaba en muchos de mis compatriotas. Pero vayamos a los hechos. El jugador del partido, según la prensa argentina, fue Nicola Rizzoli. Algún lector pensará que se trata de un chiste, aunque para chiste bueno la designación de Messi como Balón de Oro. Haber escrito algunos poemas muy grandes no te garantiza seguir escribiéndolos en el futuro. Por lo demás, el resultado de ayer conforma una de las muchas paradojas sobre las que se sustenta este deporte: el equipo que por propuesta y actuación global merecía ganar el Mundial no mereció ganar el partido. Y ahora toca buscar un bar con wi-fi y vistas al mar, y olvidarse del fútbol por una larga temporada.