lunes, 05 de enero de 2015-. Mientras leo lo último de Fernández Mallo, acude a mi mente el nombre de Sebalb. Dura un instante. Al momento, ese nombre es sustituido por el de Vila-Matas. Me digo que la coincidencia no estriba en la voz, sino en la técnica empleada y en la filosofía (si es lícito desligar ambas cosas). Elaborada esta idea, la dejo a un lado y prosigo con la novela. Al minuto, otro nombre irrumpe en mi cerebro, lo que hace que vuelva a abandonar la lectura. Roberto Bolaño. Pienso que este nombre ha surgido no sólo por el hecho de que parte de la trama transcurra en México, o porque el desierto y la idea de desierto tengan un peso importante en la novela, sino por algo que esta vez sí tiene que ver con la voz. Hablo de la sensación de amenaza que transmite la atmósfera en que se mueven los personajes, la fatalidad indefinida que parece dirigir sus pasos. Es como si los objetos que los rodean, incluso ellos mismos, conspiraran contra ellos. Al final, abandonada esa polémica pueril, tonta, que todos recordamos, sólo queda la literatura.