Felicidad lectora (breve apunte)
Leo el primero de los relatos que
conforman El cerebro musical, de
César Aira (lectura recomendada por Nadal Suau en la cena que siguió a la
presentación de El vol de la cendra,
de Joan Payeras) y una sensación de felicidad me embarga por completo. Esto
hace que recuerde la primera vez que leí al argentino. Se trataba de su novela Cumpleaños. Ya entonces su lectura me
hizo feliz. Hablo de felicidad lectora, no siempre coincidente con la lectura
de lo que podríamos considerar buena literatura. Es un concepto extraño, que
manejo con dificultad. La felicidad lectora suele ir acompañada del impulso de
escribir. Puesto que no tengo nada en marcha, recurro al apunte. No hace mucho,
creo que el año pasado, tras la lectura de una novela de Richard Brautigan,
anoté lo siguiente: “El placer que me producen los libros de Richard Brautigan
me recuerda al placer que siento cuando voy a cenar a un restaurante hindú.
Esto quiere ser una declaración de amor. Mi aspiración como escritor: lograr
que alguien se sienta así de feliz al leerme”. De nuevo aparece la felicidad.
Sin pretenderlo (empecé a escribir sin tener claro a dónde quería llegar), he
emparentado a Brautigan con Aira. ¿Tiene algún sentido? No mucho, la verdad,
pero quién dijo que felicidad y sentido tuvieran que ir de la mano.