lunes, 16 de enero de 2017

¿QUÉ PASA CON LA POESÍA?


13/01/17

Leo la sección “Libros más vendidos” de un conocido suplemento cultural. Me centro en la lista que aparece bajo el epígrafe “ficción”. Carlos Ruiz Zafón, Dolores Redondo e Ildefonso Falcones ocupan los tres primeros puestos. No me sorprendo, tampoco me indigno (¿debería?). Eso sí, hubiese preferido leer los nombres de Ricardo Piglia, Eric Chevillard o Vicente Valero (por poner tres ejemplos un poco al azar). Queda claro que hablar de ventas y hablar de calidad (o profundidad, o complejidad, etc.) nunca ha sido lo mismo, en ninguna disciplina consolidada (pueden coincidir o no, y muchas veces no lo hacen). Nos movemos en el terreno de lo obvio, de lo ya superado, al menos en lo tocante a narrativa (por no extendernos mucho más allá). Entonces, ¿qué pasa con la poesía? Sencillo, que se revuelve ante una nueva realidad para muchos incómoda, triste o desasosegante. Pero tranquilos, volverá la calma, al fin y al cabo, no se trata de un “intrusismo” devastador. Nadie ha “robado” lectores a nadie, ni siquiera ventas. Podría escribirse que el mundo de la poesía en España ha dejado su inmaculado reducto celeste (donde las polémicas hablaban de concursos literarios y bandos fratricidas) para entrar de lleno en el sucio mundo del mercado, con sus contradicciones y comparaciones odiosas.

Lo realmente interesante para los que rondamos ese mundo es batirnos en duelo con nosotros mismo para ser capaces de escribir algo que no nos avergüence del todo unos días después. 


16/01/17

Leo en El Mundo, en un artículo de Darío Prieto dedicado al compositor Philip Glass con motivo de la inminente aparición en España de sus memorias, Palabras sin música: “Glass es uno de los pocos ejemplos de autores que han podido sacar a la música culta de su ataúd para acercarla al público de las músicas populares”.

El mismo artículo recoge el consejo que Ornette Coleman dio a Philip Glass: “Philip, no olvides que el mundo de la música y el negocio musical no son la misma cosa”. ¿No conecta de algún modo con lo que escribí el viernes?

¿Tendremos que volver a hablar de poesía culta y poesía popular? ¿Es necesario recordar que el mundo de la literatura y el negocio literario no son la misma cosa?

(No se me escapa que dentro de lo popular existen infinidad de gradaciones).

(Segunda acotación: no se trata de contraponer lo culto a lo popular, hoy en día carece de sentido –debate muy viejo, quiero creer que superado. Por otra parte, en muchos aspectos me siento más cercano a esa cosa llamada cultura popular que a esa otra cosa denominada alta cultura. Ambas cumplen su función y son necesarias).

Cuando empecé a escribir poesía más o menos en serio, ya existía esta diferencia, quiero decir: entre los lectores “serios” (constantes, críticos, vocacionales) de poesía no se consideraba lo mismo leer a Mario Benedetti que leer a José Ángel Valente. La diferencia estriba en que aquellos lectores de Benedetti podían/podíamos  (y muchas veces lo hacían/lo hicimos) dar el salto al otro lado (de ida y vuelta o definitivo). Hoy, esto es más difícil que se produzca, ya que muchos de estos nuevos lectores de “poesía” no llegan a ella por amor a la propia poesía, tras un proceso de indagación motivado por una querencia que ya estaba allí, en su interior, sino por caminos laterales, coyunturales, caminos que no les dotan (porque tampoco las buscan) de las herramientas precisas para asentarse en ese nuevo mundo, por lo que su paso por él ha de ser a la fuerza temporal.

¿Dónde está el drama? ¿Cuál es el problema? No termino de verlo.