martes, 21 de febrero de 2017

Michel Onfray y la compasión


“A menudo la compasión impide pensar, mientras que pensar no impide la compasión. Uno puedo optar también por una compasión contenida, privada, íntima, y no considerar digna esa exhibición de lágrimas, gritos, llantos, sollozos, y todo en presencia de cámaras y fotógrafos. La exhibición de la compasión no es necesariamente una prueba de compasión, pero sí lo es de exhibición. Después de La Rochefoucault y los moralistas franceses, Nietzsche nos ha enseñado a desconfiar de la compasión: a menudo es una de las modalidades del amor a uno mismo: ¡Dios, qué grande se siente uno cuando se hace pequeño! ¡Dios, qué orgulloso está uno cuando exhibe su modestia! ¡Dios, qué egoísta es uno cuando convierte en espectáculo su amor por los demás! Dejemos a un lado el narcisismo de nuestra época, que hace de la exhibición del pathos un valor superior al ejercicio del pensamiento”.


Michel Onfray, Pensar el islam


[20/02/17-. Sábado. Me despierto a las ocho. Finiquito la lectura de Pensar el islam, de Michel Onfray (es lo que tiene tener a una hija viviendo en las inmediaciones de Toulouse). Después de desayunar, me descargo el manual del usuario de la caldera para tratar de arreglarla (desde ayer estamos sin agua caliente). Un tema de presión. Por lo visto, se encuentra por debajo de los niveles adecuados. Al final, basta con abrir el grifo de carga. Salgo al jardín. Luce el sol. Armo el cortacésped nuevo y me pongo manos a la obra. Me siento bien. A medida que avanzo, el jardín gana en belleza. Contemplo los progresos en el mismo instante en que estos se producen. Eso motiva. Sudo. Me acerco a la cocina y me abro una cerveza. Vierto el césped cortado en una bolsa de basura y me voy a la parte de atrás de la casa. Arranco las malas hierbas que tienen sitiado al naranjo. Sigo sintiéndome bien, sin rastros de las nubes negras que, tras la lectura de Onfray, amenazaron con ensombrecer el día. Agarro las tijeras de podar y acometo los últimos retoques. Me tumbo sobre el césped y contemplo el cielo azul. Vértigo y felicidad se disputan mi pecho. Guardo la máquina cortacésped. Son las dos. He quedado a las dos y media en casa de mis suegros para comer un asado. Mi hija pequeña y mi mujer me esperan allí. Me ducho y salgo de casa].