Cinco
Todo
profesor de escritura creativa debe en algún momento, indefectiblemente, hablar
de Chéjov y su pistola. Al arma chejoviana ha de seguir, de un modo natural, el
famoso McGuffin. Hablar de Hitchcock y los leones de Escocia dotará al profesor
de escritura creativa de un aura sacerdotal útil para su homilía.
De
ser esto un relato, quiero decir, una escritura de ficción que busca persuadir
a hipotéticos lectores, el inicio del taller en el mes de octubre sería el
McGuffin. Hace que la historia avance, provoca estas entradas y, sin embargo,
nada hemos de saber de él. Vive en el horizonte, es una nebulosa, una excusa
para insertar cuatro aforismos baratos y justificar este estado de nervios.
Los
comentarios sobre Fenj y la novela de Larraquy (ya finiquitada) así como la
evocación campestre (entrada dos) tienen todos los números para convertirse en
pistolas que en el último acto nadie disparará. De ser esto un relato,
claro.
Orbito
alrededor del cuento. Regresé a Cortázar, a Borges, compré el libro ganador del
premio Setenil 2016. Apunto el nombre de autores actuales, de libros del pasado
que me juré leer y dejé pasar. Hago listas. Cerceno las ganas de empezar algo.
Ahora no, me digo. A partir del lunes debo profundizar en el temario, preparar
las clases. Lo ideal es saber conciliar impulso y estrategia, nunca olvidar ese
espacio para la improvisación, para lo inesperado. Como cuando te sientas a escribir
y el sonido del teclado toma las riendas. Luego regresa el silencio –siempre lo
hace– y conviene tener las herramientas adecuadas para terminar de dar forma a
eso que sacaste, olvidarse de las entrañas para dejar que el cerebro trabaje tranquilo,
como un poli veterano en la escena del crimen.
Por lo demás, pensé que el poeta
honesto volvería a la carga. Es un alivio comprobar que mi aparato intuitivo no
pasa por su mejor momento.