Aguacates verdes [09.02.21]
Este texto nace en domingo, en un documento Word de mi portátil. De ahí viaja por la red de comunicación electrónica hasta un servidor de correo, que lo reenvía a una de las bandejas de entrada del diario Ultima Hora. En sus instalaciones, las palabras que ahora brillan en mi pantalla se convierten en tinta impresa sobre papel periódico. Entonces llega el martes y, después de desayunar, salgo de casa y me acerco al quiosco y me compro el diario. Lo abro por la página que contiene este artículo y le saco una foto. Unos días después, subo la foto a Instagram y Facebook. La imagen que contiene estas palabras recibe diez, veinte, a veces incluso treinta Me gusta. Los pulgares hacia arriba son símbolo de aprobación. Eso reconforta, hace que nos sintamos parte de la comunidad. Pero eso también contiene un peligro. En el confort, en la aceptación, no se producen cambios, uno fácilmente acaba sonando como la playlist de un niño de seis años. Y eso es aburrido. Nada como un puñetazo para activarnos y devolvernos a la vida. Por lo demás, es posible que la página que contiene este artículo termine envolviendo un aguacate que necesita madurar. Todos hemos sido aguacates verdes.
La ley de la selva [26.01.21]
El sábado por la noche vimos El libro de la selva, la película de
Disney inspirada en los cuentos de Rudyard Kipling. En varios momentos de la
película, los animales recitan lo que ellos llaman la ley de la selva: «La ley
de la Selva es tan antigua y natural como el cielo, cuando un lobo la cumple
prospera y cuando la quiebra muere, el lobo es la fuerza de la manada y la
manada es la fuerza del lobo». O de un modo más marketiniano: solo unidos podremos subsistir. ¿Quién puede
resistirse a un buen endecasílabo? A lo que iba. Fue escuchar la ley, recitada
por unos lobos, y pensar en los retos que la humanidad va a tener que afrontar,
y perdonen la grandilocuencia. Ante retos globales, solo una acción global,
consensuada, puede resultar eficiente. ¿Acaso la pandemia actual no nos lo ha
enseñado? Dar respuestas individuales a un mal común es una mala estrategia. Y
es mala porque no es efectiva, porque lo único que hace es prolongar el
problema en el tiempo. Dicen que pensar en el largo plazo es un lujo que los
gobiernos, pendientes de las encuestas, no se pueden permitir. Pero no se trata
de un lujo, qué va, ni siquiera de sentido común. A estas alturas, es cuestión
de supervivencia. Háganles caso a los lobos, ellos saben.
Decadencia [12.01.21]
Nevadas al margen, ahora todos
hablamos de Donald Trump. Se dice que el trumpismo busca dinamitar la
democracia y para eso crea realidades paralelas sin matices, emotivas, fáciles
de digerir y, sobre todo, fáciles de defender: una bandera y un eslogan son
suficientes. O comulgas con el discurso del líder, o pasas automáticamente a
las filas del enemigo. Pero el mandatario de Nueva York no ha inventado nada,
no alcanzó la presidencia para cambiar la realidad. Cuando accedió al trono, la
realidad ya había cambiado. Digamos que Trump es el resultado de esa realidad alterada,
un fruto grande, vistoso, en el árbol más importante del jardín. El populismo
venía de antes y es reflejo de la decadencia de nuestra sociedad. ¿Y cuándo se
inició la decadencia en Occidente? Hay quienes dicen que empezó en la década de
los noventa del pasado siglo y eclosionó entre 2004 y 2006. Desde entonces,
nuestra incapacidad para comprender y aceptar todos los cambios que alteran el
mundo y la proliferación de charlatanes que pretenden sacar rédito de todos
nuestros miedos nos hace desear líderes fuertes, que simplifiquen las cosas y
nos señalen el enemigo. Un culpable claro y un himno bajo el que desfilar hacia
la promesa de una sociedad mejor, más segura, eso es todo lo que queremos.