El estado es un hecho jurídico, algo objetivo, delimitable. Tiene que ver con el poder y la capacidad recaudadora. La patria, en cambio, es amamantada por la radical subjetividad de cada uno y en muchas ocasiones se hace difícil su delimitación. Baudelaire decía que la patria es la infancia. En tal caso, a mí me queda poca o, yendo más lejos, todos los que no somos niños somos unos expatriados. Ernesto Sábato escribió que “para bien o para mal, el escritor verdadero escribe sobre la realidad que ha sufrido y amado, es decir sobre la patria”. Abundando en la idea, Estanislao Pellicer, en su libro Chopin en Mallorca, afirma que el compositor “fue siempre y por sobre de todo un patriota”. Y continúa: “No importa que el artista se halle fuera de su Patria, en París o en Mallorca; su creación será siempre esencialmente polonesa”. Así las cosas, me guste o no, no me queda otra que escribir sobre la patria. Reflexiono unos instantes y llego a la conclusión de que la patria puede ser la plaza en la que aprendimos a montar en bici o el bar donde dimos nuestro primer beso. Su esencia radica en lo inasible de sus formas, en la añoranza que nos produce su pérdida, ya que siempre se pierde. Estamos hechos de pérdidas, así lo han cantado poetas y filósofos. Pero sigamos. Roberto Bolaño, el último de los grandes, en una entrevista con Mónica Maristain, dijo que su única patria eran sus dos hijos, Lautaro y Alexandra. “En un segundo plano, algunos instantes, algunas calles, algunos rostros o escenas o libros que están dentro de mí y que algún día olvidaré, que es lo mejor que uno puede hacer con la patria”. Qué difícil construir el mapa de nuestra patria. Mi patria es Floriane, Porto Petro, el Karajo, algunos versos de los que aún no he renegado, todo eso que me hace ser quien soy y que algún día olvidaré. La segunda acepción del diccionario de la RAE asegura que la patria es el “lugar, ciudad o país en que se ha nacido”. Yo nací hacia el final del verano. Quizá por eso mi carácter huidizo.
UH, 03/04/09
UH, 03/04/09