domingo, 17 de mayo de 2009

LA SALVACIÓN


Es lo más parecido a la salvación. No sé de qué. Salvación de vida, una plegaria atendida, nuestra dosis de misticismo y soledad. La voz de Bettye Lavette luchando contra la muerte. De algún modo vence a la física, a la carne. Es una confesión inesperada, el escalofrío de saberte acompañado, casi comprendido. Apoyar la cabeza en el hombro de cualquiera. Tomar conciencia de la inmensidad de la derrota. Amar lo nimio, lo invisible, las calles de una Philadelphia repleta de cadáveres, de cuentas pendientes no se sabe con quién. La voz de un ángel a las seis de la mañana, el reclamo, la piedad irrenunciable y engañosa. Lo que es indescriptible y te obliga a temblar.

Después, en el pudridero del día a día, el reencuentro con el cuerpo. Las corruptelas y la tele. Remueves con un palo las cenizas del instante. Piensas en los cuadros de Jenny Saville. El contrapunto necesario. Imposible escapar. Primero habría que saber de qué. La desnudez. La pornografía. Algo excesivo, como una almohada dificultándote la respiración. El campo de batalla. Lo que vendrá luego. Cierras los ojos y te ves desnudo, con el vientre hinchado y peludo, más animal que persona, sujeto por cables a una tabla de disección. Como si existiese la posibilidad de que escaparas.

Anochece. Ya se intuye el verano. Contemplas la piscina iluminada y piensas en Onetti. Cony llega y te besa en el cuello. La salvación es posible, murmura el condenado. Bettye Lavette nos sonríe, nos conduce a la cama y nos arrulla.