viernes, 22 de mayo de 2009

TRES NARRACIONES BREVES: Textos rescatados del olvido

1. EL HOMBRE EN CUESTIÓN

Era su último cigarrillo. Tendría que haberlo dejado meses atrás, como dejó a Linda y a tantas cosas con ella. A un coño lo sustituye otro coño, solía decirse, pero ¿con qué se suplen los cigarrillos? Buena cuestión. A aquellas alturas (un sexto piso en la calle Reykiavik), la vida era un cúmulo de buenas cuestiones. Por ejemplo: qué estaba haciendo en aquella habitación. En este punto el hilo se rompía, su mente dejaba de funcionar con un mínimo de coherencia. Cerraba los ojos y podía ver dromedarios avanzar por la línea del desierto. Nunca le inquietó. Sabía que tarde o temprano acabaría regresando. Pero adónde. Otra buena cuestión. De todos modos, no había nada que hacer: la futura ausencia del tabaco lo reclamaba. Un descuido imperdonable, uno más. No es seguro que aparezca, le habían dicho, pero existe la posibilidad y tenemos que estar preparados. Él no entendía la utilización del plural. Se encontraba solo en aquella habitación, como un escritor cualquiera levantando el mundo que acabará aplastándolo. Es cuestión de tiempo, le dijeron. Pero nadie contaba con aquel último cigarro, con la eventualidad de ser visto si salía del edificio o de que, justo cuando entrara en el estanco, apareciera al fin el hombre en cuestión.

2. ARQUEOLOGÍA ALTERNATIVA

Escribía tanto que se le acabaron borrando las letras al teclado de su ordenador. Entonces decidió que ya había escrito o vivido lo suficiente. Un experto en arqueología alternativa aplicada a las yemas de los dedos, después de un estudio pormenorizado del que ahorraremos los detalles, pudo reconstruir, una a una, sus últimas palabras. Decían: Quiero dejar de escribir.

3. EL ÚLTIMO DE SU ESPECIE

Cuando quiso darse cuenta, vivía en una jaula y recibía visitas todos los días excepto los martes. Era el último de su especie. Le gustaba contemplar las puestas de sol y el baile endiablado de los estorninos. Por otro lado, los colores carcomidos de las hojas en la calzada, cuando el encargado de la limpieza se relajaba en sus obligaciones, le hacían llorar. Pero lo que más desconcertaba a sus guardianes era el hecho de que se agachara para recoger las hojas de los periódicos antiguos, de cuando aún se editaban, colocadas en el suelo de la jaula por motivos de higiene o por darle alguna utilidad a aquel excedente de papel. Sí, eso era lo que más les desconcertaba, que las recogiera y se pasara horas contemplándolas en una actitud abstraída. Dicen que los ojos le iban de izquierda a derecha. No lograban darle una explicación racional a este comportamiento.