martes, 26 de mayo de 2009

Parásitos


Nosotros somos los parásitos del fin del mundo, parapetados tras la cristalera de seguridad que insonoriza la habitación desde la que contemplamos el derrumbe. No sabemos lo que luego vendrá, pero no nos quita el sueño, entre otras cosas porque ya nunca dormimos. Miramos el televisor, calculamos el dinero que necesitaríamos para seguir hibernando lejos de este hacinamiento. Nos odiamos con fuerza, por eso sólo pensamos en escapar. Hemos sustituido el Paraíso de los cristianos por la Lotería. Preferimos el azar a la ética. Despreciamos a los que nos avisan de que todavía el mundo puede salvarse. No queremos que se salve, no creemos en la salvación. Nuestra sed de destrucción es fiel reflejo de la inquina que sentimos por nosotros. Somos hijos de la Coca-Cola; no somos ciudadanos, sino consumidores, el eslabón final de la cadena. Es nuestro orgullo, nuestra razón de ser. ¿Austeridad voluntaria? ¿Sostenibilidad? ¿Ecoeficiencia? Qué gracia nos producen estos nuevos Mesías. Nosotros somos los romanos y los leones son nuestros. Creemos en el crecimiento infinito. Ya pueden venirnos con la monserga de que resulta imposible en un medio finito. Somos como niños, no vemos más allá. Sólo pensamos en jugar, aunque a veces lloremos cuando nadie nos ve. Estas lágrimas no nos hacen mejores, pero nunca quisimos ser mejores. Son lágrimas cercanas a la risa, a una risa histérica, para nada feliz. Cada atardecer nos reunimos junto a la cristalera y apostamos. Yo siempre apuesto a que ese día se acaba todo. No es que quiera arruinarme, es que me aburro.
UH, 26/05/09