lunes, 17 de agosto de 2009

La noche que fuimos Albert Camus después de varias copas


Fotos: Carlos Ovejero-Vela




Poco que decir en infinitas combinaciones.
El novelista y filósofo asegura que el hombre es siempre presa de sus verdades.
Al final se trata de escoger entre las dos únicas opciones válidas, el azar o lo otro.
Ella desconfía, desde su amor sin sobresaltos. Digamos que me sigue el juego.
Dice: Si a la palabra “artista” le quitamos la primera “t”, nos quedamos con la palabra “arista” (5. f. Geom. Línea que resulta de la intersección de dos superficies, considerada por la parte exterior del ángulo que forman); si sustraemos la segunda “t”, deja de tener sentido, es decir, cobra su verdadera significación. Pierde peso.
De acuerdo, nada tiene sentido, la levedad nos libera, pero no basta. Es demasiado fácil.
Estamos nosotros y está el mundo, dice. Y esto, con sentido o sin él, es lo que importa.
Buscar la salida es de cobardes.
Es posible, concedo.
El calor y la elegancia resultan incompatibles.
Poco más puedo decir.
Jugaremos el error o el acierto hasta el final.
(Pero el final de qué, pregunta alguien).
Necesito saber que nos queremos, aunque carezca de importancia más allá de nosotros,
aunque el verbo querer implique voluntad.
Déjame que te mienta un secreto al oído.
Hablar de probabilidades es vulgar y de necios.