Dado que la ciencia se empeña en volvernos escépticos, no nos queda otra que admitir que el único paraíso que nuestros huesos conocerán es el que sepamos labrarnos en vida. Esto casa, no sin matizaciones, con el carácter mallorquín y justifica desvíos e hinchazones en pos de un feliz carpe diem. Després ja vorem, diría el clásico autóctono catalogado precipitadamente por los foráneos de hosco y desconfiado. No hablaremos aquí de nuestra paciencia infinita ni de nuestra tendencia a la auto-aniquilación. En cambio, sí lo haremos del paraíso en vida, que nada tiene que ver con el autocontrol o la sabiduría. No pretendemos robarle lectores a Paulo Coelho. El mallorquín, pragmático por definición, identifica la felicidad con el dinero fácil. Esto explica la actualidad política del momento. Leo los diferentes periódicos y tomo nota. Trato de aprender, por si resulta. Tengo claro que al dinero fácil, es decir, a la felicidad, se llega mediante la gestión pública. Hasta aquí bien. ¿Y qué rasgos identifican al perfecto gestor público, esto es, al buscador por antonomasia de la felicidad? Primero: redactar actas de reuniones a las que nunca asiste. Segundo: solicitar informes (nunca por menos de 30.000 euros) a los amigos o a los amigos de los amigos para el reparto posterior de comisiones. Tercero: hinchar facturas. Cuarto: no preocuparse de leer lo que se firma. Quinto: practicar diferentes caras de póquer. Y sexto: inventar excusas, mejor cuanto más estrafalarias. Si algún día alcanzo la felicidad, prometo olvidarlos rápidamente. Lo sabrán por los distintos titulares. Nada es gratis, pero todo se puede pactar.
UH, 01/09/09