Para Miguel Ángel Abraham
Soy un hombre que ha perdido un año de trabajo, casa y a una mujer excepcional. Además, se me acaba de joder el coche y vuelvo a vivir con mi madre. Así arrancó la conversación. Nos habíamos citado a las cuatro y media de la tarde, para aprovechar los últimos rayos de aquel sol de octubre. Palma parecía un museo de cera al aire libre, un lugar ideal para enloquecer discretamente. La camarera se acercó para preguntarnos qué íbamos a tomar. Me decanté por unas hierbas dulces con hielo. Un café solo, dijo MA. Intento mantenerme alejado del alcohol, explicó. Asentí y desvié la mirada hacia un tipo de mediana edad que hacía footing por el paseo.
Soy un hombre que ha perdido un año de trabajo, etc. Me he prostituido lo suficiente como para tener una visión cabal de las cosas, una visión cercana al delirio. Asentí. En realidad, nos habíamos citado para hablar del documental sobre el hotel Formentor y de un nuevo proyecto más personal, pero, como buena persona civilizada, se andaba por las ramas: intentaba definir o delimitar lo que solo son palabras para matar octubre. Los términos verdad o mentira en que se mueven las parejas son mentira, pero encierran una gran verdad, sentenció. Yo pensé en la chica equivocada y en la novela que tuve que escribir para librarme del asunto. Después pasamos a disertar sobre la felicidad, así de importantes nos sentíamos. Recuerdo una frase (no sé quién la dijo): Todas las familias felices, qué tristeza. Creo que fue por mi segunda copa de hierbas dulces.
Del amor en pareja y la felicidad / fidelidad (acabo de leer un apotegma de Luis Felipe Comendador de su libro No pasa nada si a mí no me pasa nada que dice: El terror nace cuando te preguntas si el amor es lo mismo que la fidelidad) pasamos al sexo, quiero decir: pasamos a hablar de sexo. Aquí MA fue tajante: La gente busca el sexo real en el ordenador para huir del sexo de mentira de la realidad. ¿Acaso el porno en Internet, la prostitución, las pajas mentales no forman parte de la realidad?, pregunté. La realidad lo engloba todo, es democráticamente igualitaria, irreprochablemente injusta. Mi discurso se estaba volviendo caótico, ya no iba a ser posible abordar ningún proyecto serio, pero ¿hay algo más serio que estas conversaciones abstractas y vagas sobre la Vida que no conducen a nada, sin ningún fin concreto, es decir, puras a su manera imbécil, no lastradas por el utilitarismo tan de estos tiempos?
Antes de despedirnos me dijo: Soy un hombre que ha perdido todo lo que tuvo, ahora puedo empezar de cero.
Casi sentí envidia.
Casi lo creí.