En la contienda damos lo mejor de nosotros; la paz, por el contrario, nos embrutece, la vida se torna mercadeo y, si tú me apoyas (me votas), te doy veinte millones más (pese a que no comparto tus reivindicaciones, pese a que tus reivindicaciones buscan aniquilarme) y tan enemigos como siempre. Tal reflexión vale para la vida política y cualquier otro tipo de vida (pleonasmo). Por otro lado, no deja de ser una reflexión errónea, fácilmente desmontable. Un bachiller podría argumentar, con razón, que el mundo vive en un conflicto permanente porque el hombre (me refiero al ser humano) no sabe vivir de otra manera. En tal caso, la paz pasaría a ser pura quimera, un determinado momento circunscribible únicamente a la esfera privada del individuo (o individua, se entiende). Además, decir que en la contienda damos lo mejor de nosotros (pero qué es lo mejor) requiere de tantas explicaciones y excepciones que acaba siendo una frase vacía, por no decir falsa y peligrosa, una manera como otra cualquiera de empezar un artículo que no llegará a nada, que será olvidado al nanosegundo de haber sido leído. Más acertado sería decir que la vida embrutece, al margen de contiendas y paces, una obviedad como otra cualquiera. “La vida mata”, que decía Diego Vasallo. Fumar, por supuesto, también. Y conducir. Y enamorarse. Y festejar la Navidad. En fin, que ya me ha vuelto a suceder: he perdido el hilo argumentativo. Nunca podré ser un articulista serio, creador de tendencias. Por lo demás, volviendo al inicio del artículo, el mercadeo no deja de ser un hito importante en la conquista de la civilización, que tanta sangre e injustitas ha costado. Y sigue costando.
UH, 15/12/09