Tarde me pongo con los proyectos de año nuevo, pero aquí estoy, frente al calendario, fiel a mi cita de todos los eneros. En este 2010, año Camus, y después de que un amigo, en una de esas comidas navideñas en que los viejos amigos se despedazan cordialmente, me acusase de no mojarme nunca en los artículos que escribo, he decidido seguir como hasta hora, es decir, escribiendo lo que me sale de, salpique o no. Ni soy artista ni mucho menos intelectual. Lo que sucede es que soy un lector superficial de la prensa diaria, y así es difícil. De ser cineasta, mi carrera no discurriría por derroteros oliverstonianos, si bien alguna de sus pelis me gustó bastante. Lo mío siempre fueron los interiores, cuestión de carácter. ¿Ingmar Bergman? ¿Krzysztof Kieślowski? De acuerdo, bajaré de las alturas. Ya lo decía mi madre: vives en las nubes. Pero sigamos con los proyectos para este año. En breve, la editorial Delirio publicará mi nuevo poemario, Limpieza y absorción. Es un librito al que tengo mucho cariño, que sorprenderá a más de uno –suponiendo que tenga más de un lector. De todos modos, no se trata de un proyecto stricto sensu. El libro se escribió hace algún tiempo y ahora solo resta corregir las pruebas, tal vez presentarlo, hablar un poco más de él. Por lo demás, tengo previsto visitar México. Concretamente, si la cosa va bien (y así lo espero), viajaré a Guanajuato, pero no vayan a creerse, nada relacionado con la literatura. Ningún encuentro con escritores latinoamericanos, ningún Simposium sobre el futuro de la novela. Se trata de un viaje privado y sentimental, o sea, relacionado a más no poder con la literatura.
UH, 19/01/10