Mi faceta pornográfica. Mi ingenua altivez. Mi aburrimiento. En realidad, no son más que apuntes de andar por casa, sin ninguna aspiración filológica o erudita. Otro día debo analizar el hecho de escribir sobre otros libros teniendo yo libros en el mercado. Uno debe separar. Decir que un libro te parece flojo no significa necesariamente pensar que los tuyos son mejores, ¿o sí?
POESÍA-.
El fin de semana perdido, de José Luis Piquero. Conjunto de buenos poemas, alguno cojonudo. Pienso que aspira a la Emoción, entre otras cosas. Como objetivo final del poema, pero también mientras lo escribe. Que busca emocionarse, vamos. Lo que explicaba Michon. Diría que este punto (en realidad difuso) es lo que más nos une. De todos modos, las armas no son infinitas; el modo de emplearlas, sí.
Perpètues paraules, de Joan Cabalgante. Poemario contenido, al menos si lo comparamos con el de Piquero. Cabalgante aspira al clasicismo, a cierta clase de clasicismo, por lo que se concede pocos riesgos. Intimista. Reflexivo. Correcto.
En resumidas cuentas (antología), de José Emilio Pacheco. Pequeña decepción, al menos por el momento (todavía no lo terminé). Ni frío ni calor. Me gustaron los poemas de Irás y no volverás. Digamos que en líneas generales se queda a medias: ni deslumbra su cultura ni sorprende ni llega a emocionar. Tiene chispazos. Contra los recitales, Conferencia o Miseria de la poesía son ejemplo de su tino. Corre el riesgo de dejar indiferente.
El mundo no se acaba y otros poemas, de Charles Simic (traducción de Mario Lucarda). Leyendo a Simic se me hizo inevitable pensar en José Viñals. Les une, claro, la veta surrealista (que al estadounidense nacido en Belgrado le gusta negar o rebajar) y el simbolismo. El de Simic, como el de Viñals, es un surrealismo simbolista acogedor, que inspira, que dota de vida a los objetos comunes. Siempre hay un pálpito. Es listo y por lo tanto irónico. En ocasiones, algunos poemas adolecen de falta de emoción (no se produce la empatía) y se quedan en mera imagen (situación) extraña, sin más, pero en líneas generales son poemas evocadores a los que apetece volver.
NOVELA-.
Nembrot, de José María Pérez Álvarez. Llegué a esta novela por la recomendación de un amigo. Me dijo que se trataba de una de las mejores novelas escritas durante la democracia española. Me aseguró que, de haberla publicado Alfaguara o Anagrama, ahora estaría al lado de Los detectives salvajes, de Bolaño. Son palabras mayores. Tenía que leerla. Y lo hice. Y no me decepcionó. Se trata de una novela arriesgada, me refiero a comercialmente arriesgada, es decir, sin concesiones. Es tentador pensar que tiene algo de rupturista, tal vez de posmoderno, pero yo diría que tiene más de clásico, ya que bebe directamente de dos fuentes ya clásicas: Cortázar y Onetti. Es una novela total, en el sentido que abarca la totalidad de una relación sentimental entre un maduro escritor argentino de novela rosa y un joven gallego desengañado del amor, perdido y sensible. Recuerda a Gala, sí, pero nada que ver. Enganchan tanto la historia como el modo de contarla. Es divertida e ingeniosa; también sentimental y seria. Hay momentos de una altura brutal. Altamente recomendable.
OTROS-.
Vendrán más años malos y nos harán más ciegos, de Rafael Sánchez Ferlosio, obra con la que ganó en 1994 el Premio Nacional de Ensayo. No se debieron publicar grandes ensayos aquel año en España. Bueno, no soy un lector asiduo de ensayos, pero no catalogaría el libro de Sáchez Ferlosio como libro de ensayo. Más bien batiburrillo, alto batiburrillo: pensamientos, reflexiones, aforismo, anécdotas, descripciones, algún poemilla… Tiene destellos geniales, sin duda, y una prosa pulcra, granítica, lo que no impide que se vaya diluyendo mientras uno avanza en la lectura.
La paz social, primer libro publicado de Antonio Doñate. Conjunto de monólogos y conversaciones que rebosan inteligencia e ingenio, incisivos y a la vez fáciles (por el fluir de la prosa) de leer. Pretenden, creo, describir o analizar o recrear una generación concreta de un status determinado: los nacidos a principios de los setenta, finales de los sesenta, con estudios universitarios y querencia por la cultura-no-de-masas. Rebosan análisis y desencanto sin llegar a la desesperación. La contra habla de “novela de amigos, de encuentros y desencuentros”, y algo hay de eso, claro, pero llamar al libro novela es una forma de marketing editorial. Aunque si el de Sánchez Ferlosio es un ensayo… En fin, cuestión de etiquetas, siempre tontas e incompletas y sin embargo imprescindibles para entendernos.