jueves, 11 de marzo de 2010

El hombre que nunca empató con nadie


En contra de la opinión de muchos comentaristas y de la ciudadanía en general, recelo de la tan cacareada como necesaria renovación política. Llego a esta conclusión después de observar a los supuestos renovadores. Hay medicinas peores que la propia enfermedad.
Son tiempos oscuros y, sin embargo, ningún tiempo pasado fue mejor. Da miedo extraer conclusiones de este tipo de ocurrencias no tan disparatadas. El debate sobre las corridas de toros es ejemplo perfecto de nuestro modo de ser maniqueo. Los dos bandos tan machadianos como cansinos. Hay debates que tienen trampas ocultas dentro de otras trampas. A veces uno llega a una conclusión, se instala en ella y, nada más conocer a sus nuevos vecinos, sale corriendo de puro terror.
El populismo lo hace todo más difícil. Hoy día vale lo mismo un discurso de George Steiner que una parrafada de Belén Esteban. Bienvenidos a la posmodernidad. No hay mayor sabiduría que la que traen consigo esos PowerPoints adjuntos en correos-cadena. Somos capaces de hacer crítica literaria sin haber leído nunca un libro. Sabemos más de economía que los propios economistas, más de cine que los propios directores de cine, más de amor que Cupido. Igualitarismo a la baja, debes comprenderlo, cualquier opinión es respetable. Lo comprendo, de verdad que lo comprendo, pero me cuesta. Al final es la vida la que imita a los reality shows.
¿Y qué me dices –dice una voz interior– del hecho de que un tipo como tú, que no ha empatado con nadie, se haya convertido en comentarista profesional? Touchée. Entonces doy media vuelta y me alejo silbando una melodía de Shakira Nadal, como si nada de todo esto fuera conmigo.

UH, 09/03/10