lunes, 8 de marzo de 2010

Los artículos que nunca he escrito: escritoras de las que me enamoré y “Un sábado muy argentino”


George Steiner escribió un libro magnífico titulado Los libros que nunca he escrito. Algunas de sus partes constituyen auténticas obras maestras hechas de inteligencia y sensibilidad. Trascribo unas líneas que alguna vez pensé emplear como cita-pórtico de alguno de los libros que nunca he escrito.
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El vacío que yo siento tiene un poder enorme. Me pone frente a exigencias éticas e intelectuales que superan las que pueda satisfacer. Es –y sé que esto no es más que una especie de balbuceo– un nihilismo desbordante de lo ignoto. Reduce mi temor a la existencia y mis lamentables intentos de conceptuar la muerte en los confines de mi mente y mi conciencia: un espacio muy pequeño. Pero este sentimiento no me deja farolear. Se relaciona, y de nuevo me faltan las palabras, con la tristeza, con el abismo que hay en el centro mismo del amor.
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Pero a cuento de qué George Steiner. Muy sencillo: se me ocurrió escribir un artículo titulado “Los artículos que nunca he escrito”. Pero no lo haré. Es ridículo. Me da pereza. El tiempo que me llevaría es el mismo que emplearía en escribir uno de esos artículos que nunca he escrito. Además, la complejidad de los temas que suelo tratar (aviso: es ironía) y la extensión que por imperativo del periódico tienen mis artículos no justifica en modo alguno su postergación o renuncia definitiva.
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Quería escribir un artículo sobre algunas de las escritoras de las que alguna vez me enamoré. En un lugar preferente de la lista se encontraría Nicole Krauss. El flechazo se produjo nada más ver la fotografía de la solapa de su novela La historia del amor. Adentrarme en sus páginas no hizo más que reforzar el amor que sentía por la neoyorquina. Al igual que Steiner, sus armas son la inteligencia y la sensibilidad. Su prosa es deudora de Auster, pero del mejor Auster, es decir, el Auster comprendido entre 1985, año en que publicó Ciudad de cristal, y 2002, año en que publicó El libro de las ilusiones.

Por sorprendente que pueda parecer, en esta lista estaría la francesa Yasmina Reza. Me gusta su imagen de mujer fuerte a la par que melancólica. Con su mirada parece decirte: por mucho que te esfuerces, a mí no me la das. Todo sucedió con la lectura de En el trineo de Schopenhauer. En esta novela, la escritora parisina transita con elegancia y lucidez por el abismo (otra vez George Steiner) que respira y nos aguarda en el centro mismo de todo amor, es más, de toda vida.


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Por supuesto, en el artículo que me temo ya nunca escribiré estaría la poeta nacida en Orense Miriam Reyes.
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Varios son los motivos. Primero: su nombre coincide con el nombre de mi gran amor adolescente. Segundo: en una librería de Barcelona, en el año 2002 o 2003, cogí -por azar, o guiado por una suerte de intuición moldeada a fuerza de merodear por librerías- un librito titulado Espejo negro. El primer poema empezaba así:

Mi padre enfermo de sueños
en el asfalto incandescente de cien mil mediodías caminados
bajo el sol vertical
perdió sus pies
y apoyado en sus rodillas sigue buscando
el camino de vuelta a casa.

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Tercero: su aspecto de malota con sentido del humor.

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Por lo demás, otro artículo que quería escribir y ya no escribiré tenía que titularse “Un sábado muy argentino”. En el debía narrar mi sábado pasado, un sábado de encierro, un sábado rellenado con la lectura de Ricardo Piglia (diría que imprescindible si no fuera porque nadie es imprescindible) y una inesperada noticia procedente de Rosario, Santa Fe.

La lectura: Formas breves, un paseo por, como diría Bolaño, la cocina literaria de Piglia: Borges, Arlt, Macedonio Fernández, Kafka…

La noticia: he contactado con una rama familiar por parte de mi padre que emigró a Argentina y de la que apenas sabíamos nada. Demos gracias a San Internet.