miércoles, 3 de marzo de 2010

El silenciero, de Antonio Di Benedetto (jugando a ser crítico literario)

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Necesito que pase un tiempo. Siempre ha sido así. Soy de digestión lenta. Da igual, me apresuro a hablar de El silenciero, que acabo de leer.
No soy crítico, ya lo dije. Suena a excusa, pero es resignación. Yo hubiese querido ser George Steiner o Francisco Casavella. Tendré que abrazar el dogma posmoderno y de mi limitación hacer una virtud.
Antonio Di Benedetto, autor del libro, es la reencarnación mendocina de Albert Camus, al menos en esta novela. El silenciero (1964) es una recreación secreta y delirante, es decir cómica, de L’Étranger (1942). Con todo, que se disfrutara con la lectura de El extranjero no garantiza que ocurra lo mismo con la de El silenciero. Son libros muy distintos.
Ambos hablan del absurdo y la resignación. También de la locura. En realidad hablan de muchas cosas (tantas como lectores se adentren en sus páginas).
Trampas sencillas y eficientes, un escritor no necesita mucho más.
El silenciero, como toda buena novela (y no sé si ésta es buena), es una metáfora, pero metáfora de qué.
Esta pregunta queda contestada algo más arriba.
Antonio Di Benedetto practica un laconismo irónico y retorcido. Su ironía es discreta, casi invisible, por esto mismo contundente.
Edgardo Dobry dice que la novela trata del silencio como objeto de locura, aunque yo haría recaer el acento sobre su contrario, el ruido.
El ruido que nos impide pensar, existir, ser.
El ruido que generamos los seres humanos.
Una aventura metafísica, como dice Besarión, amigo del protagonista. Una aventura que lo lleva de casa en casa, de pensión en pensión, para tratar de esquivar el ruido.
Pero huir del ruido es tanto como pretender despojarnos de nuestra esencia.
En fin, tal vez El silenciero sólo hable de una patología particular.
Ahora me toca decidir si me ha gustado o no.