1. Siempre he pensado que las mejores críticas son aquellas que funcionan en dos planos diferentes, como análisis del libro en sí (sus aciertos y flaquezas, etc.) y como pequeña pieza al margen del libro, es decir, como algo independiente con valor por sí solo, siendo el libro comentado mera excusa (excusa para el lucimiento del crítico, ya que no hay creación sin vanidad y aquí se habla de la crítica como acto creativo). Quiere decirse: no es preciso interés hacia el libro comentado para que la crítica que leemos nos resulte atractiva, nos haga reflexionar sobre aspectos que están más allá del libro en cuestión. Es decir, partir de lo particular para llegar a lo universal. No hay otra forma de llegar a lo universal.
2. Resulta contraproducente el exceso de prudencia a la hora de escribir una crítica. Este exceso suele materializarse en la reiteración de frases o mulitillas del tipo “yo creo”, “yo pienso”, “desde mi punto de vista”, “según mi criterio”, etc. Es algo que se da por sabido. Hay que huir de esta redundancia. Esto es fruto de una inseguridad mal avenida con el ejercicio de la crítica, de la obsesión del crítico por huir del dogmatismo. Una crítica no deja de ser un ejercicio de subjetividad disfrazado con ropajes de “ciencia”. Debe pensarse que, a estas alturas, ya nadie cree que ningún crítico esté en posesión de una verdad absoluta, de un criterio inexpugnable.
3. No conviene adelantar en exceso la trama del libro en cuestión. Por un lado, puede robar al posible lector parte del placer de su lectura; por otro, suele ser sinónimo de poca capacidad para la síntesis, para ir más allá de la literalidad del texto.
UH, 02/03/10