miércoles, 7 de abril de 2010

Yo viajo, tú viajas, él viaja…


Viajar es siempre un poco superficial, decía Ernesto Sábato. Ya no recuerdo el contexto, sólo la frase. Da igual. La tomaremos como axioma inaugural, verídico más allá de toda duda, sobre el que pivotará este artículo. El sistema lo he copiado de las religiones y algunas ciencias. O sea, algo de respeto merecerá. A lo que iba. Puesto que viajar es un poco superficial, la historia de la humanidad (desde el animal edénico hasta el actual hombre destructor de entornos) es la historia de la conquista de la superficialidad. O sea, que todo el aparato analítico-conceptual con que nos hemos revestido (un trasunto de las pieles prehistóricas) no es más que maquillaje para disimular nuestra insignificancia. Ya no tememos al frío, sino a la intrascendencia. Por eso nos encanta adornarlo todo con un halo trascendente, herencia de la religión, y de una explicación farragosa cargada de tecnicismos. ¿Acaso no es este artículo claro ejemplo de lo que trato de decir? Aunque es probable que Ernesto Sábato, al pronunciar la frase del principio, se refiriera, simplemente, a ese tipo de viaje consistente en detenerse frente a la epidermis de una ciudad o un paraje natural para poder fotografiarlo y decir que estuvimos ahí. Vamos, lo que conocemos como turismo, fuente de riqueza de nuestra Isla. También causa de su destrucción, aunque es lícito llamarlo progreso. En fin, no soy Lévi-Strauss, mis análisis no pasarán de mera especulación de martes por la mañana. De todos modos, sería bueno no caer en esa dicotomía tan boba nacida de la beat generation y el jipismo sufragado por papás. La única diferencia entre el llamado turismo de masas y el viaje mochilero estriba en la comodidad. Lo demás es retórica.

ULTIMA HORA, 06/04/10