martes, 24 de agosto de 2010

Agosto


Tanto tiempo esperándolo y agosto ya nos dice adiós. El mes de agosto. Millones de asalariados tachando días en el calendario de su rutina. Agosto, la explosión de la vida junto al mar, esa promesa hecha de anuncios televisivos, esa inmersión familiar casi suicida. Agosto con sus aglomeraciones, su poca clase, con su insatisfacción ineludible y apenas disimulada para el que sabe ver. Ya no recuerdo la última vez que tuve vacaciones en agosto. Para mí agosto es la ausencia de coches en el aparcamiento de la empresa, es la ciudad vacía, son las Avenidas de nuevo transitables pese al carril bici. Me encanta coger la Vespa y recorrer la ciudad. En diez minutos voy de punta a punta. Me convierto en un patrullero desquiciado y perspicaz. Es como vivir un sueño de libertad, y nada hay más real que el mundo de los sueños una vez que se consigue penetrar en él. Luego están las clásicas lluvias de agosto, fugaces como el enamoramiento o las promesas políticas. Gotas espaciadas y gruesas impactando contra el muro del presente. La felicidad animal e intransmisible de la camisa mojada, de la próxima calle. A veces me detengo, me bajo de la moto y centro la mirada en un punto cualquier de un barrio no frecuentado. Imagino todas las posibilidades. Entonces son el vértigo y el aislamiento, es la locura, un estado próximo a la lucidez, esa lucidez que nos separa peligrosamente de las colas de los supermercados. Se hace preciso volver, así nos educaron. Imagino que no todos podrán comprender. Por lo demás, agosto es el mes propicio para que tipos arrogantes se paseen por Melilla o para que mujeres delirantes se propongan derribar 91 viviendas para construir una calle con árboles y parking.
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ULTIMA HORA, 26/08/10