martes, 16 de noviembre de 2010

Duelo nocturno en O.K. Corral


No me apetece entablar conversación con desconocidas, pero mi amigo dice que tengo que vencer mis miedos. No es miedo, protesto, sino pereza. Acábate esa copa y sígueme, me ordena como si no hubiese escuchado mi frase anterior. Asumo mi papel de soldado raso, apuro mi whisky y sigo a mi amigo. Su paso es decidido, por lo que intuyo que ya tiene localizadas a las presas. En efecto, en la barra junto a la pista de baile, dos chicas que no hablan entre sí sorben con desgana sus respectivas bebidas. Una es rubia y la otra morena. Mi amigo se acerca a la morena, por lo que no me queda otra que decirle algo a la rubia. (Evidentemente, la morena está más buena que la rubia, mi amigo no es tonto). Horrorizado, caigo en las frases más manidas. En contra de mi voluntad, una parte de mi conciencia escapa de mi cuerpo y me observa desde fuera. Resulto patético. ¿Cómo te llamas? ¿Qué edad tienes? ¿Dónde trabajas? Siento complejo de encuestador salido. ¿Y si le pregunto si conoce el blog Tu cita de los martes? Enseguida deshecho la idea. No quiero que me tome por un psicópata. Por otro lado, ¿qué me importa por lo que me tome? En un momento de la conversación, la rubia me suelta: “Tu amigo y tú no tenéis nada que rascar”. Entonces me acuerdo de aquel juego, el “rasca y gana”, en el que nunca gané nada. Pero una cosa es rascar y no ganar y otra muy diferente que no te dejen ni rascar. Simpática, la chica. Encajo el directo con mi mejor sonrisa ladeada y ataco por el flanco: “¿Qué te hace pensar que quiero rascar algo?”. Ahí estamos, Wyatt Earp y Frank McLaury. Seguramente, John Ford convertiría en poesía épica este pequeño desencuentro nocturno. A mí me llega para un artículo.

ULTIMA HORA, 16/11/10