jueves, 18 de noviembre de 2010

“Dostoyevski lee a Hegel en Siberia y rompe a llorar”. Conversación con László Földényi


El húngaro me habla de libertad, perdón, de LIBERTAD, con los ojos extraviados. Mientras habla percibo cómo crecen los árboles y los sonidos inquietantes (para un oído urbano y occidental) de la jungla. Estamos en peligro, susurro. La libertad siempre fue peligrosa, responde. Y continúa: Es importante volver a tener miedo. El miedo, la incomprensión, son la antesala de la trascendencia. Siéntete a merced de los grandes depredadores. No llevas contigo la tecnología necesaria para defenderte. Hay que recuperar la pureza perdida. Hay que divinizar la precariedad. Sin precariedad no hay alma y sin alma no hay salvación. ¿Salvación?, pregunto. ¿De qué tenemos que salvarnos? De nosotros mismos, responde el nacido en Debrecen, de nuestros intentos por suplantar a Dios. ¿Pero no había muerto? Es cierto que quisimos matarlo, me dice. El triunfo de la razón devino en derrota de la humanidad. Basta echar un vistazo al siglo veinte. ¿Entonces debemos recuperar a Dios? ¿Debemos renunciar a la tecnología, al progreso? ¿El progreso?, exclama. ¿Qué significa el progreso? ¿Y si el progreso que conocemos no es más que retroceso? ¿Estás hablando de un retroceso espiritual?, pregunto. El residente en Budapest parece realmente enfadado. Grita: ¿Es que hay algo más importante? Además, creo que no me has entendido bien. No digo que haya que renunciar al progreso, lo que digo es que este progreso no debe suplantar al Misterio, es decir, a Dios. ¡Ahí radica nuestra LIBERTAD! ¿Es que no lo entiendes, pedazo de alcornoque? Como me divierte verlo así de cabreado, insisto un poco más: ¿No es el afán de superación un rasgo distintivo y crucial del ser humano? Se encuentra en nuestra propia naturaleza, divina o no. Es un hecho que no puedes negar. Con o sin Dios querremos saber más, llegar hasta el fondo de las cosas. Lo otro, la aceptación sin cuestionamiento, es propio de piedras o gusanos. ¿Cómo arrancarnos la curiosidad, la inquietud? ¿Cómo no hacernos preguntas? ¿Cómo no querer comprender? Que la respuesta final sea Dios o átomo es lo de menos. ¿Que esta curiosidad va a matarnos? ¡Pues claro! Por fortuna, y ahí estoy contigo, siempre quedará una respuesta pendiente, un misterio por resolver. No, espera, no me interrumpas, que estoy lanzado. La historia de la humanidad es un crimen no resuelto. La solución al enigma no la encontraremos en el último capítulo. La última frase de esta novela tediosa e imperfecta que es la historia de la humanidad será una pregunta. ¿Que Hegel era un puto reprimido? ¡Seguramente! ¿Que todos deberíamos vivir en Siberia durante un periodo de nuestra vida? ¡No lo niego! ¿La comodidad embrutece? Of course, man! No creas que no entiendo tu mensaje. ¡Claro que lo entiendo! Es más, creo que puedo compartirlo, al menos de una manera parcial. Que la barbarie anida en nuestro interior es algo que nadie mínimamente informado pondría en tela de juicio. Podemos hablar del alma, me parece bien. El drama es inevitable. El lado oscuro existe, ya lo dijimos, pero en nuestra naturaleza está el adentrarnos en él antorcha en mano, cartografiar el interior de la cueva. Perder el miedo es perder a Dios. ¿Triste? No lo niego. También inevitable, por mucho Tea Party que venga a gobernarnos en el futuro. Para que Dios reviva no basta con decir que creemos en Él; hay que sentirlo temblar en el alma y me temo que muchos de sus defensores carecen de alma. A ti y a mí nos duele… ¿Nos duele? JA JA JA! Que entren las chicas y que sirvan más vino. Este Szamorodni está de muerte. Dejemos que la carne silencie los gritos del alma, mon ami. No en vano nos hallamos en la capital del porno europeo. ¿O acaso crees que vine aquí para hablar contigo de Dios y Hegel?