martes, 18 de enero de 2011

Cigarro para una despedida


La recientemente aprobada ley antitabaco inspira este artículo. No, aquí no encontrará ningún tipo de apología, ningún discurso encorsetado y parcial sobre derechos y libertades. Para eso ya están los columnistas serios. Hoy quiero hablar de un mundo desaparecido. La nostalgia resulta inevitable, pese a no guiar mis dedos mientras tecleo estas líneas. El mundo del que hablo es un mundo con la textura de las viejas películas en súper 8. Transcurre un domingo por la tarde. Dura lo que el trayecto de Porto Petro a Palma. Sé que es domingo porque el paisaje reclama los nocturnos de Chopin. Un locutor de radio celebra con entusiasmo un gol en el Sadar. Estoy sentado en el asiento de atrás de un viejo Ford Fiesta, junto a mi hermana. Ninguno de los dos llevamos puesto el cinturón de seguridad. Mi madre, en el asiento del copiloto, mira hacia delante, rígida. Mi padre conduce. Desde mi posición no puedo ver ni su bigote ni sus gafas de pasta. Es más joven de lo que yo lo soy ahora. Todavía creo que lo sabe todo, que todo lo puede arreglar. Saca un paquete de Fortuna del bolsillo de su camisa. Coloca el cigarrillo entre sus labios. Con la mano derecha acciona el encendedor del coche. A los pocos segundos, aquello salta hacia delante con un leve chasquido. Con la primera calada el coche se llena del olor del tabaco rubio. Para mí ese olor simboliza el mundo de los adultos, tan lleno de misterios. Lo aspiro con avidez. La nostalgia del futuro se mezcla con el piano de Chopin y la voz del locutor. Lo de adentro y lo de afuera, lo imaginario y lo tangible. La prisa por crecer. Esta estampa pertenece a un mundo desaparecido. De fumar, encendería un cigarro y le diría adiós.

ULTIMA HORA, 18/01/11