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El poeta no es un loro
Para bien y para mal, he inaugurado la edad en que uno siente la necesidad de dar lecciones. Sin embargo, no ignoro que toda lección es impartida desde la tarima de la ignorancia, tan resbaladiza. Caeré, sin duda, en los tópicos más sobados, pero la vida es reiteración, además de contradicción. Un juego muy grave, un hastío muy lúdico, etc. Por supuesto, están en la obligación de no tomarme demasiado en serio. ¡Les ordeno que no me sigan salvo que no crean en mí! Dicho esto, pongámosle obras a las manos.
El poeta no es un loro
Para bien y para mal, he inaugurado la edad en que uno siente la necesidad de dar lecciones. Sin embargo, no ignoro que toda lección es impartida desde la tarima de la ignorancia, tan resbaladiza. Caeré, sin duda, en los tópicos más sobados, pero la vida es reiteración, además de contradicción. Un juego muy grave, un hastío muy lúdico, etc. Por supuesto, están en la obligación de no tomarme demasiado en serio. ¡Les ordeno que no me sigan salvo que no crean en mí! Dicho esto, pongámosle obras a las manos.
.LECCIONES (con perdón) PARA FUTUROS POETAS
(O PARA ALGUNOS POETAS EN ACTIVO)
(O PARA ALGUNOS POETAS EN ACTIVO)
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Santifica la risa, pero no la risa por la risa. Para aprender a reír, se hace necesario plantarse frente al espejo y abrir bien la boca hasta poder contar tus empastes. Y que alguien te recuerde de vez en cuando que el mundo no descansa sobre tus hombros.
Abandona la honorabilidad, sólo así podrás ser honorable.
Como dijo el poeta, en un poema está permitido fijar carteles, tirar escombros o escupir dentro.
Lo dicho hasta ahora no es óbice para escribir poemas serios. Por otro lado, la seriedad no es requisito indispensable para alcanzar profundidad.
Asume tus contradicciones y tus bajezas. Un poema no es un lugar donde justificarse o venderse. Acepta que tus poemas provoquen comentarios del tipo: qué cabrón, menudo machista, otro gilipollas utópico, pero éste qué se ha creído, etc.
Recuerda una de las 72 lecciones de Ignorancia, de José Viñals: “Quien se indague a fondo y no descubra jugosas contradicciones, o no se ha indagado a fondo o es miope o no vale la pena que se indague”.
Un poema no es un instrumento aleccionador.
Guarda siempre en uno de tus bolsillos aquella frase de De Kooning: “El estilo es un fraude”. Tampoco te alejes mucho de esta otra de Will Oldham: “No creo en aquello de despertarse cada día y ser siempre lo mismo; mejor despertarse y estar en el proceso de convertirse en algo”. En el fondo (o no tan al fondo) del alma del poeta, siempre anidan un travesti y un tramposo.
Rechaza con vehemencia toda clase de proselitismo.
Parafraseando a Michel Onfray, no te imagines la poesía sin la novela autobiográfica que la hace posible. Esto nos lleva a afirmar que debes decir lo tuyo, no lo de otros, no lo genérico. Como decía Elias Canetti, las cosas generales están en el periódico.
Decir lo tuyo no significa caer en la confesión pura, ¡ni siquiera en la impura! Lo mejor que puede hacerse en los confesionarios es echar un buen polvo. Por otro lado, la pureza es atributo poco deseable en la poesía. Aquí viene bien recordar la querencia del poeta por el travestismo y la trampa.
El poeta no es un loro.
Rainer Maria Rilke, en sus Cartas a un joven poeta, aseguraba que una obra de arte es buena cuando nace de la necesidad. En este modo de engendrarse, continuaba, radica su enjuiciamiento: no hay ningún otro, sentenciaba. Error. La obra de arte debe ser enjuiciada por su resultado, al margen de la necesidad inspiradora. Esto no menoscaba, sin embargo, la importancia de la necesidad en el arte.
Por otro lado, Gombrowicz no estaba de acuerdo con quienes afirman que sólo se tiene que escribir cuando se tiene algo que decir, aseguraba que el arte consiste en no escribir lo que se tiene que decir, sino algo completamente imprevisto. ¡Cuidado! Incluso lo imprevisto tiene que beber de esa necesidad, de ese tener que decir algo. De lo contrario, tendremos al profesional de lo imprevisto, es decir, un mono de feria.
No es necesario que te entiendan, tampoco es malo; lo peor, sin duda, es provocar bostezos.
Jamás pienses en lo que pueda pensar un posible editor.
Ya para terminar, si todo el mundo te felicita, empieza a preocuparte.
Santifica la risa, pero no la risa por la risa. Para aprender a reír, se hace necesario plantarse frente al espejo y abrir bien la boca hasta poder contar tus empastes. Y que alguien te recuerde de vez en cuando que el mundo no descansa sobre tus hombros.
Abandona la honorabilidad, sólo así podrás ser honorable.
Como dijo el poeta, en un poema está permitido fijar carteles, tirar escombros o escupir dentro.
Lo dicho hasta ahora no es óbice para escribir poemas serios. Por otro lado, la seriedad no es requisito indispensable para alcanzar profundidad.
Asume tus contradicciones y tus bajezas. Un poema no es un lugar donde justificarse o venderse. Acepta que tus poemas provoquen comentarios del tipo: qué cabrón, menudo machista, otro gilipollas utópico, pero éste qué se ha creído, etc.
Recuerda una de las 72 lecciones de Ignorancia, de José Viñals: “Quien se indague a fondo y no descubra jugosas contradicciones, o no se ha indagado a fondo o es miope o no vale la pena que se indague”.
Un poema no es un instrumento aleccionador.
Guarda siempre en uno de tus bolsillos aquella frase de De Kooning: “El estilo es un fraude”. Tampoco te alejes mucho de esta otra de Will Oldham: “No creo en aquello de despertarse cada día y ser siempre lo mismo; mejor despertarse y estar en el proceso de convertirse en algo”. En el fondo (o no tan al fondo) del alma del poeta, siempre anidan un travesti y un tramposo.
Rechaza con vehemencia toda clase de proselitismo.
Parafraseando a Michel Onfray, no te imagines la poesía sin la novela autobiográfica que la hace posible. Esto nos lleva a afirmar que debes decir lo tuyo, no lo de otros, no lo genérico. Como decía Elias Canetti, las cosas generales están en el periódico.
Decir lo tuyo no significa caer en la confesión pura, ¡ni siquiera en la impura! Lo mejor que puede hacerse en los confesionarios es echar un buen polvo. Por otro lado, la pureza es atributo poco deseable en la poesía. Aquí viene bien recordar la querencia del poeta por el travestismo y la trampa.
El poeta no es un loro.
Rainer Maria Rilke, en sus Cartas a un joven poeta, aseguraba que una obra de arte es buena cuando nace de la necesidad. En este modo de engendrarse, continuaba, radica su enjuiciamiento: no hay ningún otro, sentenciaba. Error. La obra de arte debe ser enjuiciada por su resultado, al margen de la necesidad inspiradora. Esto no menoscaba, sin embargo, la importancia de la necesidad en el arte.
Por otro lado, Gombrowicz no estaba de acuerdo con quienes afirman que sólo se tiene que escribir cuando se tiene algo que decir, aseguraba que el arte consiste en no escribir lo que se tiene que decir, sino algo completamente imprevisto. ¡Cuidado! Incluso lo imprevisto tiene que beber de esa necesidad, de ese tener que decir algo. De lo contrario, tendremos al profesional de lo imprevisto, es decir, un mono de feria.
No es necesario que te entiendan, tampoco es malo; lo peor, sin duda, es provocar bostezos.
Jamás pienses en lo que pueda pensar un posible editor.
Ya para terminar, si todo el mundo te felicita, empieza a preocuparte.