martes, 7 de junio de 2011

Credo en miniatura


Creo en la convulsión como motor del espíritu, es decir, de la humanidad. Creo en una revolución a nivel individual, siempre a punto de tomar el poder, insatisfecha y cambiante. Creo en un individualismo radical y generoso que en última instancia es capaz de olvidarse de sí mismo. Creo en los impulsos poéticos de los que jamás abrieron un libro de poesía. Creo en la bondad de los que no alardean, de los que no precisan palmaditas en la espalda, así como en su arrogancia y orgullo. Creo en la controversia con uno mismo como única manera de crecimiento. Creo en el poder de la negación. Creo en la aristocracia de espíritu. Creo en la necesidad de las causas perdidas. Creo en el brillo cegador de los que son capaces de hacer temblar a los poderosos. Creo en el What I believe de Ballard. Creo en los incrédulos capaces de arriesgar el alma por aquella creencia que nunca fue suya. Creo en las lágrimas lloradas a solas, en los tipos duros que se rompen escuchando un bolero. Creo en la austeridad de los héroes y los justos. Creo en las caricias a las seis de la mañana, en cualquier ceremonia del olvido. Creo en la fugacidad del amor eterno. Creo en la inteligencia bondadosa, no separada del corazón o la entraña. Creo en la dignidad de la arruga. Creo en la renuncia sin publicidad. Creo en la belleza, en sus múltiples caras. Creo en la humildad que no va de humilde. Creo en los propósitos inasumibles de Año Nuevo. Creo en la última copa y en el último cigarro. Creo en el peligro de la salubridad excesiva, de su dictadura auspiciada por los que de todos modos nos envenenan. Creo en ti, aunque no te lo creas. Ahora ya solo falta que crea en mí, aunque sea un minuto. 

ULTIMA HORA, 07/06/11