La belleza está ahí para ser admirada. Si pretendes doblegarla, profanar su secreto, hacerla tuya, irremediablemente saldrás perdiendo, ya que pueden suceder dos cosas: que la belleza pierda su brillo o que, con su poder maligno, te destroce la vida. Sólo unos pocos, y con restricciones, pueden permitirse el lujo de bailar con ella. Los demás debemos conformarnos con verla desplazarse por la pista de baile como un ser surgido de la lluvia o los sueños. Una vez, en sueños, llegué a besar sus labios. Eran, cómo no, labios fríos, de templo abandonado o gruta secreta. Al despertar, traté de escribir lo que había visto y sentido. De eso hace ya algunos años. Desde que la belleza dejó de obsesionarme, escribo mis mejores poemas. Supongo que no todos estarán de acuerdo. No importa. El único criterio válido es el tuyo. Digamos que los otros son una especie de mal necesario. Es necesario aprender a prescindir de la palmadita en la espalda, sobre todo si quieres escribir algo con un mínimo de sentido. No hablo de inteligibilidad o accesibilidad, sino de otra cosa. En realidad, no sé muy bien de qué hablo. A veces sigues un hilo, algo así como la estela que va dejando la belleza por la pista de baile. Un baile al que nadie te ha invitado. Un baile en que todo gravita alrededor de la cambiante, de la inmutable belleza. Volviendo a aquel poema que traté de escribir después de haber besado sus labios en sueños, creo recordar que empezaba así: “La belleza está ahí para ser admirada”. No existe otra razón.
ULTIMA HORA, 19/07/11