domingo, 11 de marzo de 2012

DOMINGO: LO MALO DE LA POESÍA

Noche. No debería estar frente al ordenador. Me dije que hoy no, que tocaba descanso. Éste es el caso que me hago. En fin. Estuve leyendo poemas de Tomas Tranströmer, de Charles Simic, de Billy Collins, de Henri Cole… Allano el terreno. Digamos que he empezado a preparar el alunizaje. Antes quiero visitar a mis queridos José Viñals y Roque Dalton, y al triste Philip Larkin, y a la simpática Wisława Szymborska, y al nostálgico Jorge Teillier y, en fin, a tantos otros que ahora mismo no me vienen a la cabeza… También tuve tiempo de leer poemas míos, antiguos, poemas no publicados en libros, poemas que duermen en las entrañas del ordenador. Hubo alguno que no me pareció del todo malo. ¡Basta! ¡Contención! No voy a caer en la tentación, no todavía…




LO MALO DE LA POESÍA

Lo malo de la poesía, me di cuenta
mientras caminaba por una playa una noche –
la fría arena de Florida bajo mis pies desnudos,
un espectáculo de estrellas en el cielo –

lo malo de la poesía es
que anima a escribir más poesía,
más pececillos que atestan la pecera,
más conejillos
saltando de sus madres a la hierba cubierta de rocío.

¿Y cómo acabará algún día?
A menos que al final llegue el día
en que hayamos comparado todas las cosas del mundo
con el resto del mundo,

y no quede otra cosa que hacer
sino cerrar silenciosamente nuestros cuadernos
y sentarnos con las manos cruzadas en la mesa.

La poesía me colma de alegría
y me elevo como pluma al viento.
La poesía me inunda de pesar
y me hundo como una cadena lanzada desde un puente.

Pero principalmente la poesía me inunda
con ganas de escribir poesía,
de sentarme en la oscuridad y esperar a que una pequeña llama
aparezca en la punta del lápiz.

Y junto a eso, el anhelo por robar,
irrumpir en los poemas de otros
con una linterna y un pasamontañas.

Y vaya panda de delincuentes infelices que somos,
carteristas, ladrones comunes de tiendas,
pensé para mí
mientras una fría ola se rizaba en mis pies
y el faro peinaba el mar con su megáfono de luz
que es una imagen que robé directamente
de Lawrence Felinghetti –
para ser totalmente sincero por un momento –

el poeta ciclista de San Francisco
cuyo pequeño parque de atracciones en forma de libro
llevaba en un bolsillo lateral de mi uniforme
subiendo y bajando los procelosos pasillos del instituto.


Billy Collins, Lo malo de la poesía y otros poemas