martes, 3 de abril de 2012

Los milagros en que creo. Un sábado austriaco

Abandono la cama cerca del mediodía. Después del café con leche innegociable, me instalo en la terraza con un libro de Peter Handke. Su lectura hace que me entren ganas de caminar. Decido explorar los alrededores de casa. Hace ya un tiempo descubrí que los auténticos tesoros residen en nuestra manera de mirar el mundo. No hacen faltan grandes viajes para dar con ellos; un paseo de una hora es más que suficiente. Una frase leída en el libro del autor austriaco vuelve a mí: “Lo eterno, en el decurso diario, es siempre lo más insignificante”. He aquí una poética con la que me es fácil estar de acuerdo. El modo en que las hojas de los árboles a la entrada del Sant Josep Obrer son mecidas por la brisa, o la visión de un tramo del torrente seco d’en Barbarà decorado con grafitis, se empeñan en darnos la razón. He aquí un ejemplo de los milagros en que creo. Llego hasta la cafetería Uetam y decido que es el momento de tomarme una cañita. Llevo conmigo mi reproductor MP4. La visión de las ovejas pastando en el campo de enfrente y la nostalgia que irradian las canciones de Francisco Nixon se fusionan de manera soberbia. Pese a sentirme contento y despreocupado, me entran ganas de llorar. 20 minutos en el interior de Mercadona pueden con todo. Regreso a casa cargado de víveres. Después de una ensalada rudimentaria y un plátano, me instalo en el sofá y veo Perversidad, de Fritz Lang, otro austriaco. Pese al título y al argumento, la película destila candidez. De un modo sencillo, sin malicia ni doblez, he escrito estas palabras.

ULTIMA HORA, 03/04/12