martes, 22 de mayo de 2012

Vida de hotel



Cenar en bata y zapatillas de seda, nuestros nombres al fin eliminados de todos los registros donde alguna vez caímos presos. El mundo entero se derrumbará y podremos seguirlo por televisión mientras comemos palomitas y planeamos escaparnos cualquier fin de semana. Pero para qué escapar, y dónde, dime, dónde estaremos mejor que en este hotel. Basta con descolgar el teléfono para que todas nuestras apetencias se vean colmadas. Desayunar de una hamburguesa con beicon y huevo, brindar con Moët Chandon a la hora del té, contratar compañía para que las noches aquí sean más llevaderas. No quiero volver a casa. Mi vida era una vida de esclavo. Todo eran horarios y frases asesinas y resacas inútiles y citas aplazadas. La necesidad de sentirme querido me estaba aniquilando. Aquí el amor está de más, no necesito a nadie, me basta con abrazar un cuerpo femenino dos noches por semana, y el champán de las cinco, y mi cena en bata y zapatillas mientras todo se hunde. Se terminaron los paseos erráticos por la ciudad, no volveré a perder ni una sola tarde atornillado al banco de un parque en las afueras para contemplar a los gorriones más tristes de este mundo saltar de rama en rama. Se acabó la melancolía, el sentimiento de culpabilidad. Descuelga el teléfono y pide lo que quieras. Encontraremos la combinación adecuada de palabras para que todo sea posible, para que nos sigan tomando en serio otra noche. Nos fiarán hasta el día en que todo termine, ya verás. Entonces no tendremos de qué preocuparnos. 

ULTIMA HORA, 22/05/12