miércoles, 23 de mayo de 2012

Dostoievski, Perec, yo mismo (con perdón)

Hace apenas un par de horas terminé de leer Crimen y castigo, de Dostoievski. No, no voy a hablar del autor ruso. ¿Qué podría decir de Fiódor Mijailovich a estas alturas que no se haya dicho ya? Entonces, ¿con qué propósito me he instalado frente al ordenador? Varias ideas rondan mi cabeza, pero sé que son vanas, superficiales, probablemente erróneas. ¿Me lanzo? ¿Pongo por escrito estas ideas pese a que tal hecho, lo más seguro, constituya una especie de crimen contra la inteligencia y la sensibilidad humanas? Y de animarme, ¿cuál sería mi castigo? ¿Podría alcanzar, a través de este hipotético castigo, la expiación de mi culpa, sería capaz entonces de abrazar la tan ansiada vida nueva para todo aquel nacido en un contexto cristiano? Una cosa está clara: todavía me hallo bajo los efectos de la lectura de los conmovedores últimos párrafos de la novela. Bien: no todo está perdido. 

La lectura de Crimen y castigo ha supuesto la pérdida de una de mis virginidades. Digo esto porque he leído la novela del ruso en un reader Sony que me prestaron. Nunca antes lo había hecho. Me refiero a que nunca antes había utilizado uno de estos dispositivos. Debo confesar (¿para expirar mi falta?) que, mientras leía, se me ha olvidado por completo el tipo de soporte que tenía entre manos. Atribuyo el mérito a Dostoievski y a los de la Sony, a partes iguales. 

Pero no escurramos el bulto. Una de las cosas que ha hecho que me sentara a teclear esto que ahora lees ha sido el descubrimiento de la existencia de un lazo, de un vínculo (nimio, casi invisible, es posible que inexistente, después de todo) entre el autor ruso, Georges Perec y yo. Como sabréis algunos, la cita que abre Los artistas la extraje de una novela del autor francés titulada Las cosas. Dice así la cita: “Los paralizaba la inmensidad de sus deseos”. Esta cita quiere condensar lo que pienso que es uno de los temas principales del libro: la insatisfacción causada por esos excesivos y, para según que personas, inevitables deseos. Y hacia el final de Crimen y castigo, me encuentro con que Dostoievski, al hablar de su protagonista, Raskólnikov, reflexiona del siguiente modo: “Tal vez la violencia de sus deseos le había hecho creer tiempo atrás que era uno de esos hombres que tienen más derechos que el tipo común de los mortales”. Obviemos a Nietzsche, coetáneo de Dostoievski. Cuando he dado con esta frase, por un momento he imaginado, casi visto, a Perec, con su cara de inventor chiflado, leyendo la novela del ruso y subrayando esta misma frase que tiempo después inspiraría otra que incluiría en su primera novela publicada en 1965 y que yo leería en el año 2008, en la edición de Anagrama de 1992, y de la que extraería la cita con que abro mi novela (y la segunda persona en que está narrada, dicho sea de paso). Una gilipollez, sin duda, pero este tipo de cosas me parecen fascinantes. 



Para terminar, quiero agradecer y recomendar la reseña que David Pérez Vega escribió en su blog Desde la ciudad sin cines sobre Los artistas. Se trata de una reseña escrita con inteligencia y honestidad, y esto es mucho decir.