La
lectura de Viajes con mi tía, de
Graham Greene, me retrotrae a otra lectura acometida tres años atrás, la de esa
novelita de Hans
Magnus Enzensberger titulada Josefine y yo. Debo
confesar que este tipo de mujeres maduras, con clase, incorregibles, me vuelven
loco. Leyendo estas novelas siento que la avanzada edad de sus protagonistas no
resultaría un impedimento para mantener un romance con ellas. La pregunta
resulta inevitable: ¿seré un pervertido?
En
cambio, Real en el rosedal, de Elvio
E. Gandolfo, me contagia el espíritu contemplativo-rememorativo que sus páginas
contienen. Pienso en cómo recordará Floriane sus veranos en Mallorca. A la vez,
recuerdo mis veranos en Porto Petro. Veo claro que de seguir por este camino
podría largarme a llorar. Con todo, decido seguir…
El clóset para la ginebra, de Leslie Jamison, contribuye a
esta sentimentalidad sobrevenida. Se me hace inevitable recordar a mis abuelos
(en el relato de Jamison, la protagonista se pasa buena parte de sus páginas
cuidando de su abuela, ya cerca del final). Precisamente, el pasado fin de
semana un primo de mi padre me estuvo contando historias sobre mi abuelo
Francisco, el único al que no conocí. Murió cuando mi padre era adolescente. Su
vida da para una novela. Tal vez, me digo, algún día… pero ¿qué vida no da para
una novela? De asumir el reto, ¿cómo lo abordaría? Se me ocurre que la única
forma posible para mí sería hacerlo al estilo Modiano, con ligereza, sin
profundizar en los pormenores de la narración, como si de un sueño se tratara…
Vuelvo a
la novela de Leslie Jamison, El clóset
para la ginebra (en traducción un tanto apresurada del mexicano Raúl Bravo Aduna). Su forma de narrar hace
que algo dentro de mí comience a arder. Conozco la sensación, lo que después
sigue. Vuelven las ganas de contar. Hablo de sentarme a escribir una novela.
Tengo una idea, aunque de momento es demasiado vaga. Es posible que baste.
Suele serme suficiente con un esbozo. El resto lo da la misma escritura.
Para terminar, quiero mencionar el hostión (positivo) que ha supuesto, que está suponiendo, la lectura de Zurita, ese monumento desmesurado, desgarrador, hermoso. Es grande, amigos, muy grande. Diría que cósmico.