Leo tres cuentos de tres autores
argentinos diferentes y los tres me gustan. Concretamente: El hipnotizador personal, de Pedro Mairal; Diario de un joven escritor argentino, de Juan Terranova; y El hachazo, de Matías Néspolo. ¿Por qué
argentinos? Cosas del azar y la red. Absurdo explayarse en este punto. Ya habrá
tiempo de cambiar de nacionalidad. Por si a alguien le interesa, los tres
cuentos están disponibles en internet.
Resulta inevitable (al menos a mí
me resultó inevitable), al leer El
hachazo, pensar en el cuento La
hoguera, de Jack London. Una angustia similar se apodera del lector.
Néspolo, que nació en el 75, abrevia el trámite y nos ahorra según qué
detalles. Digamos que va al grano. El resultado: un cuento redondo que se lee
en un suspiro.
La libertad que permite la
escritura diarística siempre me ha subyugado. Como lector y escritor. Mis dos
siguientes novelas (todavía inéditas, veremos hasta cuándo) adoptan este
formato. Facilita las digresiones, hace que nos sintamos (y no importa que sea
algo ilusorio) más cerca del escritor. Si a esto le sumamos que siempre me
interesó el discurso de los escritores sobre el hecho de escribir, normal que Diario de un joven escritor argentino me
gustara.
En El hipnotizador personal se nos habla de los primeros amores y
escritos. Uno de esos temas eternos sobre los que nunca nos cansaremos de leer.
Los pipiolos, porque se sienten identificados; el resto, por una cuestión de
nostalgia.
Pero hagamos que nuestro discurso
se torne nacionalista y reivindiquemos un autor español. ¿El elegido? Andrés
Barba. ¿Por qué? Porque hace unos días terminé de leer La hermana de Katia. ¿Algo más? Y me emocionó. ¿En serio?
Totalmente.
Decir a estas alturas que Andrés
Barba es una realidad
indiscutible del panorama literario en castellano es caer en una obviedad un
tanto grosera. Pero
nunca nos importó demasiado pasar por obvios ni por groseros.
De Barba había leído Agosto, octubre (ver entrada en este blog de fecha 2 de enero de 2011), novela que hizo que me enamorara del
escritor madrileño. Pese al enamoramiento, no volví a reincidir –y me sería
difícil concretar los motivos.
Pero nunca es tarde si la dicha es
buena. O eso dicen.
Quedaría bien decir (y no
mentiría) que siempre me interesaron las primeras novelas (las primeras
publicadas, se entiende) de los escritores por los que siento admiración. Para
autoflagelarme (la mayoría de veces) o darme ánimos (casi nunca). Pero no. Si
me hice con La hermana de Katia fue
porque andaba con prisas en busca de una novela barata (o sea, edición de
bolsillo) para el viaje por tierras francesas de hace unos días y, de entre la
oferta expuesta en la librería de turno, ésta fue la que más llamó mi atención.
Después de autoflagelarme, debo
decir que fue una elección afortunada.
De hacer hoy la selección que hice
el pasado 23 de julio, probablemente La hermana
de Katia entraría en el equipo titular. ¿Qué novela se caería del 11? No
sé. Tal vez Zama, tal vez Entre los archivos del distrito; o puede
que alguna de Levrero, por aquello de la diversificación: La ciudad o El lugar podrían
ser las elegidas.
Y creo que por hoy es suficiente.