Cuenta la leyenda, es decir, mis
padres, que Marta ya montaba en bicicleta a los nueve meses. Esto no puedo certificarlo,
ya que no lo recuerdo. Lo que sí recuerdo –gracias, en parte, a esos vídeos en súper 8 que mis padres
guardaron– es a una niña de piernas
torcidas y regordetas, con moco colgándole de la nariz y risa desdentada,
desplazándose a toda velocidad con un andador por la terraza de la casa que
tuvimos en el Molinar. Asegura también la misma fuente que nunca existió una
niña que por las noches se durmiera con mayor rapidez. La misma, aseveran, que
empleó a la hora de nacer un agosto de hace ya algunos años.
Todo indicaba que las cosas importantes de la vida –como
nacer, divertirse, dormir– las abordaría con premura. Pero en lo tocante al matrimonio,
por aquello de la excepción y la regla, decidió tomárselo con calma. Sin
saberlo, estaba esperando a Mateu…
Como en una comedia romántica hollywoodiense, se conocieron en una boda.
Quienes estuvieron allí aseguran que Mateu necesitó buena parte de la noche y
de las reservas de alcohol del bar para animarse a dirigirle la palabra.
Cuentan que luego, en el autocar de regreso a casa, se empleó a fondo para el
deleite de los allí presentes. Me consta que Marta todavía se ríe al recordar
aquel trayecto con show incluido…
Y llegaron los meses de amistad y confidencias, de
Messenger y algún que otro encuentro –como aquel en que quedaron para ver una
peli en casa de mi hermana y ella, a los pocos minutos, se quedó dormida–,
hasta aquella Feria de Abril de hace ya tres años. Y aquí interrumpo el relato
porque hay cosas que es mejor que permanezcan en la intimidad.
Al año vivían juntos. Y tras dos años de convivencia se
casan…
Hoy es un día muy feliz para mí y para el resto de mi
familia, al igual que para la familia de Mateu, y para todos los amigos de la
pareja que no han querido perderse este momento. Pero, sobre todo, hoy es un día
muy feliz para Marta y Mateu, a los que deseo lo mejor del mundo en esta nueva
etapa que inician hoy.
Para terminar y poner una nota pedante al discurso, traigo
aquí las palabras de André Gorz, pensador austriaco que a la edad de 83 años le
escribía a su esposa: “Acabas de cumplir ochenta y dos años. Y sigues siendo
bella, elegante y deseable. Hace 58 años que vivimos juntos y te amo más que
nunca. Hace poco volví a enamorarme de ti una vez más (…) A menudo nos hemos
dicho que, en el caso de tener una segunda vida, nos gustaría pasarla juntos”.
Una vida plena de amor compartido: Esto es lo que os
deseo, lo que os deseamos todos los que estamos aquí.
Marta y Mateu, tras el sí quiero, recibiendo la tradicional lluvia de arroz. |
Llucmajor, sábado 4 de agosto de
2012