viernes, 3 de agosto de 2012

El Gran Reto

Despierto sobresaltado en mitad de la noche. Silencio y quietud no consiguen tranquilizarme. Se me ocurre que hay alguien a los pies de mi cama, de pie, inmóvil, vigilando mi descanso. No quiero encender la luz. De hecho, no quiero ni mirar en dirección a la supuesta presencia vigilante. Intento recordar el sueño. Caía. Diría que por el hueco de una escalera. En todo caso, se trataba de una obertura más o menos estrecha en el interior del lugar en que me hallaba. Había algo más, pero lo he olvidado. Poco a poco me tranquilizo. Estoy desvelado. El reloj-despertador marca las 03:56. Salto de la cama y me instalo en la habitación del ordenador.

Esto que lees lo escribo el mismo día, pero por la tarde. Ya han pasado más de doce horas. Unos minutos atrás releía lo que escribí en mitad del insomnio. Lo copio y pego en este nuevo documento:

Huir del encasillamiento, desconcertar a todos, a ti el primero,
vivir varias vidas, tener la saludable costumbre de renacer
cada cierto tiempo, confundir máscaras y rostros sin que esta confusión
devenga menoscabo de la autenticidad, ser honesto en la suplantación,
salir movido en las fotos, ser el primero en llevarte la contra,
cambiar de ojos, ser por principios exiliado, desclasado, apátrida,
luchar solo contra la soledad inevitable, equivocarte mil,
un millón de veces, perseguir la luz que brilla en todo fracaso,
no aceptar bridas, no renunciar al barro ni a la seda, perturbar
los sueños, contemplar la vida con ojos insomnes y aceptar el olvido,
el desajuste ineludibles…

¿Tiene algún tipo de relación el sobresalto que me despertó con lo que escribí –¿un poema?, ¿un manifiesto?– unos minutos después? ¿Están ambos hechos –sueño y escritura– conectados?

Hace meses que vengo dándole vueltas a una misma idea. Tal vez desde que leí aquella entrevista a Joaquin Phoenix, entrevista de la que extraje algunos fragmentos en el ‘Diario de un hombre cojo’. Pero no, la cosa viene de antes. No importa. Hoy lo hago oficial. Emito nota de prensa cuyo único destinatario soy yo mismo. Esto es un juego. Intento desconcertarme desde la honestidad de mi desequilibrio oculto. Tal vez nunca logre arrancarme la gran obra que llevo dentro, pero lo justo, hermoso y crucial es intentarlo. Se trata del gran reto, de un viaje a la esquizofrenia, de una sala de espera en el descenso hacia el olvido.

Alguien sigue a los pies de mi cama, en silencio. Hace ya mucho que me vigila.