martes, 4 de septiembre de 2012

Uno de ellos

Están entre nosotros, algunos incluso son nuestros amigos. Compartimos con ellos oficina, autobús, restaurantes. Animamos al mismo equipo, admiramos al mismo actor o escritor. A veces les hacemos confesiones de índole personal después de haber vaciado una botella de whisky o de ginebra. Pueden ser parte de nuestra familia, el hermano de nuestra novia, o su padre, incluso nuestra novia podría ser una de ellos. La mayoría ignoran que ellos mismos lo son. Sólo en momentos de crisis se les ve el verdadero rostro, aunque tampoco es del todo seguro. El resto del tiempo, en ocasiones toda una vida, comparten con nosotros colas del supermercado, de correos, paseos al atardecer por la aceras de la ciudad. No es extraño que amigos, familiares y vecinos sostengan convencidos que son buenas personas, tipos normales en los que se puede confiar. Nuestros hijos duermen en sus casas. Les pedimos sal, les prestamos libros. En algún cumpleaños los habremos abrazados ebrios de felicidad, cantando cabeza con cabeza aquella canción de juventud que tanto nos emociona. Son más de los que en principio cabría imaginar. Lo ignoran, pero esperan la señal que los active, que los desenmascare. Entonces llegan frases del tipo “cómo no pude darme cuenta” o “¿de verdad eres tú?”. Sus facciones cambian levemente. Son capaces de dirigir un pelotón de fusilamiento, de apretar ellos mismos el gatillo, de torturar durante horas al enemigo o traidor de turno. No se alarme, pero usted y yo podríamos ser uno de ellos. 

ULTIMA HORA, 04/09/12