Le llaman el loco, a veces el cabrón (pero no es Bielsa, ni Bárcenas). Aparece cuando menos te lo esperas. Busca irritarte, que cambies de acera, inspirarte unas líneas. Casi nadie lo soporta, de ahí su buena salud. Me visita a menudo. Sospecho el motivo: me cuesta mantener un discurso a lo largo del tiempo. Cuando el asunto tiene que ver con la literatura, esta indefinición se agiganta. Si estoy de buen humor, me autoproclamo camaleónico; si no me soporto o necesito hacerme daño, inconsistente o veleta. Anoche estuvo aquí. No hablamos de literatura. Me apetecía conocer su opinión sobre Amélie Nothomb. No fue posible. Se le veía preocupado, más pesimista de lo habitual. Dijo: Llegaremos a agradecer los latigazos de capataces, la abdicación de nuestro último vestigio de autonomía, por un plato de comida y diez minutos de respiro. Dijo: Pariremos mano de obra barata y sonriente que ayudará al mantenimiento de este gran tinglado. Llamaremos a esta nueva camada “la generación mejor preparada de la historia”, aunque la historia habrá perecido. Dijo: De cada vez, los de arriba serán menos y estarán más arriba. Dijo: No habrá guerra porque tendremos fútbol, alcohol y mucho juguete innecesario. Dios habrá muerto y sólo lo lamentarán los que nunca creyeron en Él. Dijo: Lo llamarán libertad pero será otra cosa. Aquí lo paré. Lo saqué de casa a los golpes. Mi paciencia tiene un límite. Para proclamas antisistema, ya tenemos la entrega de los Goya. Soy un hombre bien. Repito: Soy un hombre de bien.
ULTIMA HORA, 26/02/13