domingo, 14 de abril de 2013

'Libro de réquiems', de Mauricio Wiesenthal



Dice Mauricio Wiesenthal que cuando el artista deja de ser un idealista
comienza a ser un comerciante desagradable: un vendedor egocéntrico.

Mi librero habitual, en un acto generoso que le agradezco y le honra, quiso salvar mi alma (y, ya de paso, mi escritura) obsequiándome un ejemplar de Libro de réquiems, de Mauricio Wiesenthal. Se trata del paseo (amable y a la vez vertiginoso) por un museo hermoso y nostálgico, el museo de un mundo perdido, de una forma de entender el arte, la cultura en general, ya no en franco retroceso, sino en total abandono. Por este museo sentimental de los mil y un viajes, de las mil y una experiencias, desfilan figuras como Stefan Zweig, Coco Chanel, León Tolstoi, Giacomo Casanova, Mozart, Goethe, Rilke,  Eugenio D’Ors… Se trata del fruto de un enólogo cultivado, de un lector soberbio; se trata de una joya literaria que requiere de tiempo (tanto para su creación como para su deleite). Mientras avanzo en su lectura (por sus pasillos, por sus estancias tan llenas de detalles sin resultar cargantes) acuden a mi mente nombres como el de Chateaubriand, Sebald, Vila-Matas (habría que matizar, ciertamente, pero ambos escritores gustan de entremezclar vivencias propias y aquellas otras de sus mitos artísticos), incluso el nombre de Javier Marías visitó mi cabeza (estoy pensando en sus Vidas escritas y similares), pero no. Wiesenthal  es Wiesenthal. En fin, un libro pensado para los amantes de esa cultura que no se ruboriza si la llaman Cultura. O, simplemente, para aquellos que quieran disfrutar de un crucero por la vieja Europa, de un libro de memorias singular escrito con una prosa exquisita; un libro de memorias en que cultura y vida, lo imaginario y lo biográfico, pasado y futuro, encajan sus manos a la perfección.

Dejo aquí algunos fragmentos:

“Este Libro de réquiems es también, en cierta manera, un libro de memorias; porque, en sus páginas, he reunido a grandes y pequeños personajes que forman parte de mi vida. Y no se puede rendir homenaje a los maestros, a los amigos y a los recuerdos sin recurrir a las confesiones personales”.
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“Un libro sólo existe verdaderamente cuando ha sido bien leído”.
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“Lo último que va quedando vivo en las ciudades son sus muertos: los pobres, los marginados, los emigrantes, los mendigos”.
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“Era normal que los artistas del siglo XX reaccionasen contra viejos y caducos amaneramientos, buscando nuevas vías de atonalidad, de raciocinio, de análisis estructural. Pero esa rebelión ha conducido, precisamente, al predominio de la técnica sobre el pensamiento, de la pericia sobre el ingenio, del diseño sobre la naturaleza. Hasta la vieja universidad literaria de nuestra juventud está a punto de ser sustituida por su más prosaico sucedáneo: el máster”.
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“Quizá habría que fundar un Estado del Dolor, un sionismo del alma. Podrían pertenecer a él transitoriamente –porque el dolor, afortunadamente, se olvida– todos los hombres que no tengan otra nacionalidad que el sufrimiento. Debería estar reconocido por la Carta de las Naciones Unidas. Stefan Zweig perteneció a este estado sin tierra, pero que tiene una rica historia y una irrenunciable condición moral”.
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“León Tolstoi me parece uno de los más bellos personajes que ha dado el alma rusa. Aún más contradictorio que Dostoievski, tan apasionado como Pushkin, tan humano como Gógol”.