[Hablaba de este poema en el último artículo publicado en el blog. Lo copio mientras afuera llueve y se hace fácil imaginar toda la ocupación que se avecina. De todos modos, en casa no tengo coñac ni champán, tampoco cadáveres a la vista. Soy una puta que necesita un afeitado. Y sí, a los rusos nos gusta un buen culo después de la batalla]
LOS
CABALLOS DE DUNCAN
Se va a
poner todo carísimo.
Menos mal
que las posguerras
siempre
son un negocio.
Y el coño
es algo que jamás se acaba.
Pero se va
a poner todo carísimo.
Se han
llevado hasta el piano
para
usarlo de barricada. Qué idiotez. De todas formas
el
mariconazo que lo tocaba
debe estar
criando malvas en Rusia. Los cañones
retumban
muy cercanos. Dios, ya están ahí,
hace un
rato que fui a la bodega
a buscar
otra botella de cognac
¿y a que
no saben ustedes lo que había?
Un montón,
una pila
de
bolsillos.
Sólo
bolsillos. Sin el resto
del
pantalón.
En fin…
Tengo siete cadáveres
a mi
disposición: cinco jerarcas
y otras
dos putas (de todas formas ya muy viejas
para la
cantidad de ocupación que se avecina).
Los muy
imbéciles se han ido al otro barrio
bien
llenos de cognac, y uno hasta dando
un viva a
Hitler. También estaban viejos
para la
ocupación que se avecina. Este de aquí
se ha
volado los sesos
con la
otra mano entre mis piernas; querría
calor,
supongo. Ya se oyen los tanques.
Deben
estar a cuatro calles.
Bien. Voy
a maquillarme.
Por suerte
aún queda un espejo sin romper
sobre la
barra. Un poco de sombra
en los
ojos, rouge
en los
labios, las medias bien
estiradas,
y las tetas para arriba.
El detalle
de una gorra de SS
puede
quedarme bien. Tiene tirón.
Al fin y
al cabo todos somos nazis.
Ya los
oigo. Esas bestias. Digo yo
que
también los rusos beben y que debe gustarles
un buen
culo después de la batalla.
Perfecto.
Wunderbar, Wunderbar.
Y otra vez
nos reiremos, y otra vez
beberemos
champagne.
De El
botín del mundo