Leo en un medio digital que Lucrecia Martel, directora de cine argentina, se ha propuesto rodar una película basada en la novela Zama, de Antonio Di Benedetto. Inmediatamente me seduce la idea. Me seduce por arriesgada, por insensata, diría que por su inevitable tufillo a decepción. Esta breve nota leída al azar prende la mecha de las divagaciones. ¡Soy tan dado a ellas! Me alejo del núcleo, vuelo por libre. Pienso que todos, alguna vez, deberíamos emprender proyectos osados, peligrosos, abandonar el terreno asequible, conocido, en que solemos movernos para lanzarnos al vacío, ese lugar oscuro e ignoto en que cualquier cosa es posible. Aunque sea para pegarnos el gran batacazo. Quieren estas líneas constituirse en reivindicación de los grandes batacazos. Sólo cae quien se arriesgó a la subida, y ya saben lo que suele decirse de la relación entre impacto y altura. Sigo volando. Mi imaginación se desboca. Me veo como un veterano director de cine que lleva toda su vida rodando películas de acción, esas cuya trama parece ideada por un crío de doce años, y que de pronto, pese a los consejos en contra de todos sus amigos y conocidos, decide embarcarse en un retorcido film de época que exige ritmo lento, silencios, sutilezas… Estoy hablando, creo, de la tentación del fracaso, del inconfesable placer de defraudar a quienes nos siguen; o, tal vez, de la necesidad que tienen algunos de comprobar dónde se encuentran sus límites para, una vez fijados, ir un paso más allá. Mucha suerte, Lucrecia.
ULTIMA HORA, 04/06/13