Decían, los más agoreros, que este año no iba a llegar, y ya lo tenemos aquí, con toda su crudeza. Hablo, por supuesto, de este calor africano que nos seca la mente y nos aplasta con sus tentáculos ineludibles. Ando de vacaciones y casi añoro la oficina (quién me lo iba a decir) con su temperatura apta para la vida sensible e inteligente. Trato de leer, ni me planteo escribir algo decente, pero todas mis energías se las lleva este calor inmisericorde. Para colmo, hay que pintar las paredes de casa, montar los muebles que compramos en Ikea (los suecos no tienen que montar muebles a más de 40 grados), pasar la ITV del coche y cambiar de operador de telefonía móvil (un calvario que te obliga a mil diálogos cansinos e infructuosos con gente a la que apenas entiendes y que desearías estrangular). En fin, las vacaciones de un proletario de mierda. Luego vendrán con que la felicidad reside en los pequeños detalles, en la sencillez de una vida austera. Menudo chiste. Me siento estafado y abatido por este calor, que parece reírse de mí mientras tecleo y sudo y recuerdo calores igualmente asesinos: el de aquel agosto sevillano –el asfalto derritiéndose bajo nuestros pies– al que la amistad nos arrastró; el bochorno indomable de Puerto Arista, o el de las ruinas de Yaxchilán, ambos mexicanos; o el calor contundente de Tucumán, al norte de Argentina, que sólo tuve tiempo de intuir y ya fue suficiente. Ahora espero sobrevivir a este calor mallorquín. Si el martes que viene me leen, significará que lo he logrado.
----
Éste es el artículo que envié a Última Hora para que lo publicaran hoy martes. En su lugar, pero con mi firma y mi foto, ha aparecido uno no escrito por mí titulado "La velocidad mata". No hace falta explicar de qué habla el artículo. De la sorpresa inicial he pasado al cabreo para finalmente instalarme en la resignación. Se confundieron de archivo. Son cosas que pasan. Se publicará la oportuna aclaración. Bien, yo aclaro aquí. Por si sirve de algo.